Éxodo 23, 20-23a; Sal 90, 1-2. 3-4. 5-6. 10-11 ; san Mateo 18, 1-5- 10

La “H” es esa consonante muda, cuando va al principio de la palabra, y que generalmente no hace más que provocarnos disgustos. Cuando se me olvida poner una hache -o pongo una de más- y me lo advierten, es como un bofetón a la vista y te dices: “Cómo habré podido ser tan burro.” Tal vez por esto cuando el otro día me llegó un aviso de la compañía eléctrica en el que anunciaban: “El próximo día uno se aran cortes parciales de electricidad durante la mañana” no hice mayor caso, pues no tenía intención de que nadie pasase con un arado por encima de mis cables de electricidad. Hasta que – a medias de escribir estos comentarios, han cortado el fluido eléctrico y me he quedado a dos velas (literalmente), pero así no funcionaba el ordenador.
Podríamos eliminar la “h” de nuestra vida ya que parece que no sirve para nada; pero entonces la famosa frase “Ahí hay un burro que dice ¡ay!” se la tendríamos que dejar para los filólogos de la NASA. En este trocito de comentario ya hay bastantes haches desperdigadas por el texto. Parece que no está cuando hablamos, pero sin ella estaríamos perdidos a la hora de leer un texto.
“Así dice el Señor: “Voy a enviarte a un ángel por delante, para que te cuide en el camino, y te lleve al lugar que te he preparado. Respétalo y obedécelo.”” Los ángeles son como las haches, no se ven, parece que no existen, pero sin ellos estaríamos perdidos y no llegaríamos más que a malentendidos. Ciertamente si, como mi encargado del tendido eléctrico prescinde de las haches, nosotros prescindimos de tratar al ángel custodio, nos parecerá un ente innecesario e incluso prescindible, una creación absurda e incluso defenderemos nuestro derecho a eliminarlo de nuestra vida. Sin embargo, igual que el que empieza a leer echa de menos las haches en el texto escrito, cuando se empieza a madurar en la vida cristiana se necesita la presencia de los ángeles custodios en la vida.
“¿Madurar?, si es cosa de niños. (Lo de cuatro esquinitas tiene mi cama, cuatro angelitos que me la guardan …)” dirá alguno. “El que se haga pequeño como este niño , ese es el más grande en el reino de los cielos.” Date cuenta, cuando uno más maduro se hace en la vida cristiana más pequeño se encuentra ante Dios y más agradece las muestras pequeñas y diarias del cariño de Dios con sus hijos. Muchos esperan grandes milagros en su vida, hasta se enfadan cuando las cosas no salen según sus planes, y desprecian las muestras de amor diario de su padre Dios. Si comprendiésemos que Dios -con un respeto exquisito a nuestra libertad-, ha puesto a un ángel para que nos acompañe en nuestra vida, nos anime, nos aliente y nos dé fuerza en nuestra vida diaria para seguir el camino de Cristo, nos quedaríamos asombrados de su misericordia y su cariño. Nunca nos encontraríamos solos ni estaríamos buscando desesperadamente quién nos escuche, pues conocemos a tan buen compañero de camino, cuya máxima ilusión es presentarnos a la Trinidad en el cielo y sufre de tristeza cuando pecamos y no nos damos cuenta del amor de Dios.
Santa María, reina de los ángeles, ayúdame a ser maduramente niño y a no ignorar nunca a mi ángel de la guarda (acuérdate, ángel es sin “h”) y esta noche, antes de dormir, rezaré otra vez el “cuatro esquinitas tiene mi cama, cuatro angelitos que me la guardan…