Gálatas 3, 7-14; Sal 110, 1-2. 3-4. 5-6 ; san Lucas 11, 15-26

Hablando ayer un sacerdote quería comentar una noticia del periódico en la que se decía que en España cuatro millones de personas tienen depresión. Se ve que la palabra “depresión” se le escondió por los rincones de la memoria y se expresó diciendo: “He leído que en España hay cuatro millones de personas tristes,” creo que no se puede encontrar mejor definición.
No voy a referirme a las depresiones exógenas, endógenas y demás (eso que cada cual acuda a su psiquiatra, psicólogo, psicoanalista o psicoterapeuta, que el confesor -como no cobra-, parece que no vale la pena).¿Por qué sobreviene la tristeza? Seguramente por no haber cumplido alguna meta, por habernos decepcionado las consecuencias de algún acontecimiento, por hastío y aburrimiento, por expectativas incumplidas, por acontecimientos imprevistos que descabalan nuestros proyectos, … en definitiva por estar centrados en nosotros mismos. Hasta de la fe, que es la virtud por la cual creemos en Dios (el “totalmente otro” que diría “el otro”), la convertimos en “una cuestión mía,” nos interesa creer, “tenemos” que creer en algo y se nos olvida que es un regalo, un don de Dios.
“Y por la fe recibiéramos el Espíritu prometido.” Así termina la primera lectura de hoy en que San Pablo explica que todo hombre puede ser “hijo de Abraham,” miembro del nuevo pueblo de Dios: la Iglesia.
“Si echa a los demonios, es por arte de Belcebú, el príncipe de los demonios.” Sin duda los que dijeron esto de Jesús eran creyentes. “Tenían” que creer y, por eso, no les cuadra lo que les saca de sus planes, de su organigrama, de su programa de lo que es la fe. Son personas tristes pues la fe se reduce a un cumplimiento, a la ley, que no deja lugar para la sorpresa y por lo tanto su fe siempre está amenazada como “un reino en guerra civil” y “va a la ruina.” Están amenazados por dos frentes muy distintos:
Un frente es la agresividad del ambiente. No vivimos en un clima cristiano, la “católica España” parece que pasó de moda. A los que viven la fe como cumplimiento de la ley muerta eso les pone nerviosos. Se vuelven más papistas que el Papa, intransigentes e incapaces de dialogar, todo es una amenaza y les lleva a recluirse en grupitos cerrados, incapaces de ser apóstoles y de anunciar a Cristo pues temen perder “su fe.” Tristemente muchas veces he visto al intransigente mandando todo “a paseo” harto de vivir con miedo.
Y el otro frente es Dios. Si, no me he equivocado, he escrito Dios. El que vive “su fe” (como si fuese un apartamento en multipropiedad), no quiere que Dios le exija más. Él “ya cumple,” hace lo que cree que tiene que hacer, pero nada más. Por eso se teme que Dios le llame al sacerdocio, a la vida religiosa, a vivir más la pobreza, a querer más a su mujer o a su marido o, sencillamente, a entregarse un poco más cada día. Temiendo que Dios no le de la Gracia suficiente acaba tratando al Señor “lo justo”, racaneando en la oración, en la caridad y en la entrega. Tiene miedo a defraudar a “su fe,” y eso también les pone tristes.
Tú y yo, como María, tenemos que estar con Cristo, “recoger” con Él y fiarnos plenamente de los dones y las gracias que Dos nos concede, dejándonos sorprender por Él cada día, por cada regalo que nos da: eso es Fe. A ver si así conseguimos que sólo sean 3.999.999 “personas tristes” en España.