Gálatas 3, 22-29 ; Sal 104, 2-3. 4-5. 6-7 ; san Lucas 11, 27-28

Ayer comentábamos causas de la tristeza, hoy vamos a profundizar en las causas de la alegría, a ver si somos muchos más alegres que tristes y así le arranquemos una sonrisa a Dios.
“Antes de que llegara la fe, estábamos prisioneros, custodiados por la ley, esperando que la fe se revelase.” Me acuerdo de una película (de lo que no me acuerdo es del título), en la que un prisionero tras más de media vida en la cárcel se suicida al conseguir la libertad pues no se acomodaba a una vida fuera de la rutina de la penitenciaría. A veces la rutina es tranquilizadora, aunque nos esclavice, uno siempre hace lo mismo aunque sea no hacer nada.
Para intentar ser dichoso lo primero es saber quién soy: “Sois de Cristo, descendencia de Abrahán y herederos de la promesa.” A veces podemos intentar lo negativo para intuir lo positivo. Me explico: acabo de leer un “Itinerario para la catequesis de adultos de inspiración catecumenal,” de una diócesis española y publicado hace ya unos años. Allí puedo encontrar expresiones como: “hombre viejo,” “mensaje liberador,””acción liberadora de Dios en la historia,” “actitud de búsqueda,” “evaluación periódica,” “Se tenga una celebración gozosa y festiva -no necesariamente eucarística-, que ayude a evitar una excesiva intelectualización de la catequesis,” “Penitencia: celebramos la conversión,” etc. …Sinceramente, no está mal, pero… ¿tanto cuesta nombrar alguna vez las palabras: pecado, misericordia? (Aunque, sinceramente, lo que mas me “rechina” es lo de “no necesariamente eucarística” como si la Misa fuese el “rollito” de siempre). Somos pecadores, eso seguro, y encima es lo que nos duele. Queremos dejar de serlo aunque sea negando el la existencia del pecado, pero la única manera de encontrar la felicidad es saber que somos pecadores, pero redimidos por Cristo cuando “escuchamos la Palabra de Dios y la cumplimos,” no escucharla y hacer lo que me da la gana. Así que para ser dichosos lo primero saber quienes somos: pecadores, pero que enamorados de Dios y queriendo cumplir su voluntad.
La segunda premisa para intentar ser dichoso y feliz es no buscarlo. Cuando “la mujer entre el gentío” gritó: “¡Dichoso el vientre que te llevó y los pechos que te criaron!” seguramente estaría diciendo: “¡Qué tranquilidad y alegría para una madre tener un hijo como tú!” pues estaría descontento con el trato que le diesen sus hijos. Si a cualquier madre le dijesen: A tu hijo nunca podrás “exigirle” nada pues “tiene que ocuparse de las cosas de su Padre,” nacerá en una cueva, tendrás que huir de tu tierra, no tendrás comodidades, será “bandera discutida,” y “una espada te traspasará el alma,” dedicará los últimos años de su joven vida a conocer a unos discípulos que no se enteran de nada, le verás torturado, humillado, flagelado y colgado en la cruz sin haber hecho nada malo y cogerás su cuerpo muerto en tus brazos” (perdón por la frase tan larga). Ante este panorama no creo que ninguna madre pensase: “¡Ahí encontraré la felicidad! ¡Qué suerte he tenido!.”
Santa María -de manera sublime-, y los santos, nunca han buscado la felicidad sino la fidelidad a Dios y entonces, sólo entonces, fueron felices.
¿Te han ayudado estas pistas?. Piénsalas delante del sagrario o de la cruz y, a ver si hacemos millones de “personas felices.”