san Pablo a los Fílipenses 3, 3-8a; Sal 104, 2-3. 4-5. 6-7 ; san Lucas 15, 1-10

«Que se alegren los que buscan al Señor. Cantadle al son de instrumentos, hablad de sus maravillas; gloriaros en su nombre santo, que se alegren los que buscan al Señor»

Leía el salmo de la Misa de hoy, y me parece que podríamos afirmar que no es así como estamos los que deseamos ir tras el Señor. Pienso que a veces no sólo no nos alegramos como nos pide la Sagrada Escritura, sino incluso, caminamos tristes o cariacontecidos. ¿Por que? Se me ocurría alguna explicación, y un posible propósito al final.

Pienso que los cristianos puede ser que suframos por el hecho de ver que hay tanta gente que está alejada de Dios, más aún: que le dan la espalda a Dios. Sufren, y mucho -los cristianos que practican su fe lo saben-, cuando ven a tantas personas que viven como si Dios no existiera. Y al decir personas no me refiero a unos seres extraterrestres, sino a personas con nombres y apellidos, con quienes convivimos y con quienes compartimos alegrías y penas, deportes y trabajos, llantos y diversiones.

Sufren porque unos y otros nos movemos por las mismas calles, pero no andamos por los mismos sitios. Tenemos parecida inteligencia, pero no pensamos igual de Dios, del sentido de la vida, del camino que nos lleva a la felicidad; tomamos los mismos alimentos, pero no comemos igual; nos empleamos en las mismas empresas pero no le damos el mismo sentido al trabajo; vamos a los mismos hospitales, pero no afrontamos de igual modo las enfermedades; respiramos los mismos aires de libertad, pero no utilizamos de igual modo la libertad. A todos nos gustaría no morirnos, pero no todos alcanzarán la Vida eterna.

Y esto hace sufrir. Y, por lo que dicen los teólogos, esto es lo que hacía sufrir a Cristo y lo que le llevó a la muerte en la cruz: vino al mundo para salvar a todos los hombres de sus pecados. Por eso, se entiende perfectamente lo que a mitad del Evangelio hoy nos dice el Señor en la Misa: “Os digo que así también habrá más alegría en el cielo por un solo pecador que se convierta que por noventa y nueve justos que no necesitan convertirse”. Así es, hasta en el cielo hay más alegría cuando lo que produce tristeza, el pecador apartado de Dios, recapacita y cambia de vida, rectifica en su caminar terreno y deposita su confianza en Dios.

Esta es, creo, una de las penas que puede hacer que el cristiano que debería de estar, como dice el Salmo, cantando “al son de los instrumentos” a veces se le haga difícil, porque el alma se te hiela ante tantos hermanos compañeros de éste viaje. De ahí que, nuestro propósito sea hoy, si lo veis oportuno, doble: primero redoblar nuestro esfuerzo para que cada uno de nosotros vivamos mejor nuestra fe, los mandamientos de la ley de Dios, la frecuencia de los sacramentos, la oración. Y el otro, el rezar por la extensión del Reino de Dios y por la conversión de todos los hombres porque, así acaba el Evangelio de la Misa de hoy, “os digo que la misma alegría habrá entre los Ángeles de Dios por un solo pecador que se convierta”