san Pablo a los Filipenses 3, 17-4, 1; Sal 121, 1-2. 4-5 ; san Lucas 16, 1-8

San Pablo empezó su vida cristiana oyendo las palabras del mismo Jesucristo que cuando iba en persecución de los cristianos para encarcelarlos, le dijo: “¿Por qué me persigues?” Pablo perseguía a los cristianos y Cristo se identifica con ellos, se identifica con la misma Iglesia: ¿por qué me persigues a mí? Por eso no es de extrañar que San Pablo inicie ésta primera lectura de la Misa de hoy diciéndonos: “seguid mi ejemplo, hermanos”, que es lo mismo que decir, fijaros en el ejemplo de la Iglesia, tened presente lo que yo os he enseñado, es decir, lo que Cristo nos enseñó.

¿Y qué es lo que San Pablo quiere que aprendamos de él? Nos lo dice a continuación y, además, de un modo que no es el habitual -“como os decía muchas veces”- sino que ahora nos habla de un modo muy especial –“ahora lo repito con lágrimas en los ojos”–; es decir, que ahora nos lo está diciendo en un tono que podríamos calificar de dramático, no “como otras veces”: ¡os lo digo llorando!.

Es desde luego para echarse a llorar, al ver lo peor que puede suceder en la vida de un hombre: quien habiendo conocido y vivido la fe, la haya abandonado, o se haya relajado de tal modo que haga imposible reconocerlo como cristiano; incluso más que eso, nos dice hoy San Pablo hoy: “hay muchos que andan como enemigos de la cruz de Cristo”: recibieron luz, quizá de pequeños, o hasta esa edad en la que ya es uno quien tiene que realmente tomar sus propias decisiones, y éstas, fueron equivocadas. Pero decisiones equivocadas no porque eligieron una carrera en lugar de otra, o se pusieron a trabajar en un oficio en lugar de seguir estudiando, o invirtieron sus dineros en una empresa que no fue tan boyante como se auguraba. No. No son esas las decisiones que, aunque desgraciadas, marcan la vida de un hombre. Lo que nos repite San Pablo “con lágrimas en los ojos” es que “hay muchos que andan como enemigos de la cruz de Cristo” ¿y quienes son estos? Nos lo dice también San Pablo: aquellos que “su paradero es la perdición, su Dios, el vientre; su gloria, sus vergüenzas”; en resumen, los que hacen llorar a San Pablo son quienes “solo aspiran a cosas terrenas”. Dejar la fe por las cosas terrenas. Esto es lo que hace llorar.

Realmente dramático: nosotros que estamos hechos para la eternidad, para gozar del infinito amor, del Bien que no acaba nunca, de la dicha imperecedera, lo cambiamos por “el vientre”, o por las “vergüenzas”, es decir, por las “cosas de la tierra”: reemplazar a Dios “por la perdición”. Se entiende perfectamente que San Pablo nos repita -como hizo entonces a sus coetáneos y ahora nos lo repite a nosotros -“con lágrimas en los ojos”-, que no hay mayor sufrimiento que quien ve la vida con la claridad que da la fe, y ver a “muchos que andan como enemigos de la cruz de Cristo”.

Es significativo que haya dicho “enemigos de la cruz de Cristo”, porque si alguien oyera a san Pablo, le contestaría como extrañado: “yo no soy enemigo de la Cruz de Cristo, yo hago mi vida, no me meto con nadie, que cada uno se organice su vida como quiera, yo soy muy liberal, si a uno le da por lo religioso, pues allá él, pero eso no es lo mío”. Pero San Pablo bien sabe que en esta vida todos tenemos un Dios, eterno, imperecedero, que nos ama infinitamente. Otros tienen un “dios” que satisface de modo inmediato, y hasta cierto punto gratificante, pero lo que colma es sólo nuestro vientre, nuestra vergüenza o nuestras ansiedades más terrenas. Es para llenar nuestros ojos de lágrimas a la vista de tal mutación o permuta.

Concluimos prestando atención a lo que, en cambio, este texto de San Pablo a los Filipenses nos alienta. Nos anima a ser “ciudadanos del cielo, de donde aguardamos un Salvador, el Señor Jesucristo”. Porque si vivimos con Dios, si nos esforzamos por practicar la fe, que gratuitamente Dios nos dio, entonces, Jesucristo “transformará nuestro cuerpo humilde, según el modelo de su cuerpo glorioso, con esa energía que posee para someterlo todo”.

“Así pues”, –hoy sacamos el propósito de las dos últimas líneas de ésta carta de San Pablo- “hermanos míos queridos y añorados, mi alegría y mí corona, manteneos así, en el Señor, queridos”.