san Pablo a Filemón 7-20; Sal 145, 7. 8-9a. 9bc-10 ; san Lucas 17, 20-25

Hace tiempo que desistí de intentar ver una película en televisión. No sé si será mi mala cabeza o el Alzehimer, pero cuando termina un bloque publicitario se me ha olvidado qué película estaba viendo y me corroe la sospecha de que los noventa minutos de película se convertirán en dos horas y cuarto viendo anuncios, con algunas interrupciones para disfrutar del “filme.” Sin embargo en la parroquia me ocurre al contrario, cuando aviso el horario de Misas creo que siembro la confusión y, aunque les haya quedado claro que la Misa de 12 es efectivamente a las 12, llamarán por teléfono para asegurarse que la Misa de 12 no es a la una.
“El reino de Dios no vendrá espectacularmente, ni anunciarán que está aquí o allí; porque mirad, el reino de Dios está dentro de vosotros.” Estas últimas semanas del tiempo ordinario escucharemos repetidamente el anuncio de la llegada del reino de Dios. Sin embargo muchos no se enterarán. Con tantas “urgencias” en la vida se les olvida la película de su existencia y después se quejarán amargamente a Dios: “¡No me diste tiempo para prepararme para la muerte!” “¡A mí nunca me has concedido el don de conocerte en vida!” etc. etc. Mil excusas para echar la culpa a Dios de nuestra falta de atención, de nuestra ausencia de vida interior, de nuestra inconstancia en la oración.
“Llegará un tiempo en que desearéis vivir un día con el Hijo del Hombre, y no podréis.” No me refiero sólo al encuentro final con Cristo tras nuestra muerte. Me refiero ahora, principalmente, al encuentro diario con el Señor en la oración y de manera singular en la Eucaristía. A veces hay personas que se quejan amargamente de que se aburren en Misa, que no encuentran sentido a la oración y parece que se escudan en que, o les falta un “gen” para la piedad, o Dios no les concede las Gracias que da a otros para que recen y se unan al Señor. Les parece que lo “ordinario” que tendría que hacer Dios es lo extraordinario, es decir: que con tres minutos de oración me convierta en un hombre de fe, como García Morente, o que en durante la celebración de la Santa Misa tenga arrobos místicos que dejen a Santa Teresa a la altura del betún. No, la vida espiritual no suele ser así. Todo lo necesario para creer lo tenemos en la Sagrada Escritura, en la tradición de la Iglesia y en el Magisterio. No nos hacen falta revelaciones privadas más o menos espectaculares.
Poder dirigirse a Dios ya es todo un milagro -aunque no lo valoremos-, y después de muchos días (pueden ser años), muchas horas y muchos momentos de oración nos daremos cuenta de que estamos en presencia de Dios. Muchas veces la oración será ardua, trabajosa, aburrida y monótona, pero ahí está Dios, en tu constancia y ahí descubrirás “que el reino de Dios está dentro de vosotros.”
Pídele a Santa María constancia en la oración, como ella vivió en presencia de Jesús. No busques la Misa “más bonita” o “mas corta,” busca en la Misa a Jesucristo y te encontrarás con Él, sea en una catedral o en la parroquia más pobre del barrio más pobre.