san Juan 4-9; Sal 118, 1. 2. 10. 11. 17. 18 ; san Lucas 17, 26-37

El otro día fui a ver a un sacerdote que dentro de unos pocos días cambiará de parroquia. La buena gente de ese lugar le echará de menos, pero una de las preguntas que más se hacen es quién será el futuro párroco. Cuando esperaba a que mi amigo celebrase la Misa los que llegaban algo tarde me miraban, se acercaban y hacían la misma pregunta: “¿El nuevo?.” “No -les respondía-, ya estoy bastante usado.” La llegada de un nuevo párroco es bastante curioso. Los feligreses te observarán, esperarán de ti a ver si actúas de una u otra manera, cómo y de qué predicas, vistes, te relacionas, etc. Sin embargo, exceptuando el cariño lógico que se le coge a las personas, el cambio de párroco debería ser lo menos traumático posible, ya que el sacerdote debería sólo hablar de Jesucristo, enseñar a Jesucristo, traslucir a Jesucristo.
“No pienses que escribo para mandarte algo nuevo, sólo para recordaros el mandamiento que tenemos desde el principio, amarnos unos a otros. Y amar significa seguir los mandamientos de Dios.” A veces pensamos que en los temas que podríamos llamar “candentes” la Iglesia o los Obispos dicen “cosas nuevas” y entonces, dependiendo de si el Obispo es “progresista” o “conservador” (sigo sin entender muy bien esos términos), dirá una cosa u otra. Así como un nuevo párroco no nos va a predicar a Buda, sino a Jesucristo, la doctrina de la Iglesia no es sino profundizar en los mandamientos de Dios y especificar cómo vivirlos hoy. No se “inventa” la doctrina, simplemente se explicita de una manera más o menos pastoral, cercana o sesuda, pero siempre la misma doctrina, sin buscar novedades. Muchos piensan que “han cambiado los pecados,” o los mandamientos, o los sacramentos. Están tan preocupados buscando novedades que se olvidan de “permanecer en la doctrina.”
“Acordaos de la mujer de Lot.” La curiosidad convirtió a la mujer de Lot en estatua de sal y la curiosidad vino por la falta de confianza en la Palabra de Dios. También nosotros a veces podemos tener la tentación de hacer una nueva Iglesia, una nueva doctrina y una nueva moral. En algunos casos se querrá obviar los veinte siglos de historia de la Iglesia y de la actuación del Espíritu Santo en ella; en otros casos se querrá avanzar un siglo de golpe, como si fuésemos adivinos de la voluntad de Dios. Podemos andar tan ocupados en “lo que fue” o “en lo que será” que se nos olvide el “hoy” y nos pille “in fraganti” el “día que se manifieste el Hijo del Hombre.”
Tú y yo vamos a hacer el esfuerzo de no convertirnos en “embustero y anticristo” perdiendo el tiempo en buscar “cosas nuevas” e intranquilizando nuestra conciencia y la de otros. Busquemos vivir los mandamientos, procurando amar a Dios y a los demás por Dios, y entonces estaremos preparados para el día del Hijo del hombre.
La Eucaristía siempre es nueva pues es el amor de Dios encarnado y presente con su cuerpo y con su sangre. El amor de tu madre la Virgen siempre es nuevo . ¿qué más novedades queremos?