san Juan 5-8; Sal 111, 1-2. 3-4. 5-6 ; san Lucas 18, 1-8

Los ordenadores (o computadoras en Hispanoamérica), son cada día más pequeños, más rápidos y más fiables. Algún amigo mío busca ganar un nanosegundo al arrancar una aplicación y lo califica de “gran avance” (yo lo considero un “nanoavance”). Recuerdo al primer sacerdote de la diócesis de Getafe que se ordenó ya entrado en años y que ya pasó a la casa del Padre. Tenía un ordenador que exteriormente parecía bastante normal. El “pequeño” inconveniente que tenía era que había que cargar el sistema operativo cada vez que lo utilizabas (el MS2 ese ¿recuerdas?). había que introducir un disquete, esperar unos cuantos minutos a que lo leyese y luego teclear unas ciento treinta líneas de comandos llenas de “/”, “p>”, etc. Después de unos cuarenta minutos se era capaz hasta de escribir una carta e incluso se podía imprimir. Hoy (también hace unos años), esa tecnología lo consideraríamos un cacharro inútil excepto en un museo tecnológico.
“Dios, ¿no hará justicia a sus elegidos que le gritan día y noche?.”Con tanta preocupación por la velocidad, por lo inmediato, lo “práctico” en el sentido de inmediato, podemos olvidar la necesidad de orar sin desfallecer. Muchas veces nos sentimos cansados de pedir a Dios, se nos hace demasiado “pesada” la oración, pero piénsalo bien ¿Qué son unos días, unas horas, unos años, … comparado con la eternidad? Y el cristiano tiene mirada de eternidad. Seguro que a todos nos gusta lo inmediato, lo que podemos verificar con nuestros sentidos inmediatamente, sin esperas. Sin embargo tenemos que aprender de la paciencia de Dios. Imagina, por un momento, que Dios buscase lo inmediato, que te diese un “ultimátum” y te dijese: “Mira, ya he tenido bastante paciencia contigo, has recibido Gracia suficiente como para convertir a todo el ejército berebere, así que te pido ya, inmediatamente, ahora mismo, que cambies de vida y me ames sin defraudarme nunca.” Seguramente nos echaríamos a temblar y buscaríamos ciento y una razones para “alargar” los plazos de Dios y para que nos concediera una moratoria.
“Pero cuando venga el Hijo del Hombre, ¿encontrará esta fe en la tierra?.” Sin duda es una de las preguntas más inquietantes del todo el Evangelio. A veces nos excusamos pensando que “esto es de Dios y no dejará que termine” pero no nos damos cuenta del exquisito respeto que Dios tiene por nuestra libertad. ¿Dios habría elegido a Abraham, Isaac y Jacob, a Moisés y los profetas, se hubiera encarnado la segunda Persona de la Santísima Trinidad, se entregaría a la cruz y resucitaría al tercer día, nos dejaría su Iglesia con la efusión del Espíritu Santo, si no hubiera esperado tener frutos y parecer todo un fracaso? Pues sí. Dios ha puesto todos los medios -y no sólo nos ha dado “recursos,” se ha dado a sí mismo-, para que libremente le amásemos. Si ponemos nuestro corazón en lo inmediato y no somos constantes (que es una característica del amor) en la oración, tal vez Jesús no encuentre fe en esta tierra. No será ineficacia de Dios, será ineptitud tuya y mía.
Cada vez que celebramos la Eucaristía nos “ponemos en camino para trabajar por Cristo.” Vívela con auténtica fe, verdadera constancia y sin desfallecer. Santa maría salvaguardará la fe -don de Dios- en nosotros, para que pueda recogerla su Hijo.