Isaías 2, 1-5; Sal 121, 1-2. 4-5. 6-7. 8-9; san Pablo a los Romanos 13, 11-14a; san Mateo 24, 37-44

“Daos cuenta del momento en que vivís; ya es hora de despertaros del sueño, porque ahora nuestra salvación está más cerca que cuando empezamos a creer”. Estas son las palabras de la carta del apóstol san Pablo a los Romanos que en este primer domingo de adviento nos introducen en el espíritu de la preparación de la venida del Señor.

Después de la consagración en la Misa, el sacerdote exclama “¡este el es sacramento de nuestra Fe!”. Y el pueblo congregado contesta: “anunciamos tu muerte proclamamos tu resurrección: ¡Ven Señor, Jesús!” En este sentido todos los días, son adviento para el que se prepara con actos de amor y cuidado de su alma hasta recibir al Señor en la Eucaristía.

Este año, especialmente eucarístico por voluntad del Santo Padre, debemos meternos aún más en estos trescientos sesenta y cinco días en el trato con Jesús en el Pan Eucarístico; así, el adviento cobrará una particular característica: la preparación a la venida del Señor especialmente en el momento de recibirle en la comunión, prestándole una mayor atención, con manifestaciones de mayor cariño, de más amor.

De igual manera, esta época litúrgica del año, el adviento, tiene que ser para nosotros una llamada especial a recibir más veces -con mayor frecuencia- a Jesucristo en la Eucaristía. Deberemos esforzarnos por quitarnos, quizá, lo que son relativas excusas que nos impiden la mayor periodicidad en la recepción sacramental.

Más veces. Sí, en ocasiones da la impresión de que los cristianos no nos acabáramos de creer que Jesucristo está realmente presente en la Eucaristía. Si nos lo creyéramos ¿iríamos con tan poca frecuencia a recibirle? No es posible. Incluso se da el caso, desgraciadamente no es excepcional, de quienes acuden el domingo -porque no desean manchar su alma faltando al precepto dominical, lo cual es digno de alabanza y de alegría-, pero, sin embargo, una vez ya allí, no comulgan en el momento en el que en la Santa Misa, es llegado el instante de participar en el Banquete Eucarístico.

Ciertamente hace muy bien el fiel que, no estando en gracia de Dios, o, no teniendo las condiciones debidas para recibir a Cristo, no se acerca a comulgar. Es cierto. Hace bien. Pero el problema subsiste. Deberíamos todos los fieles estar en condiciones -y en caso contrario acudir al sacramento de la reconciliación, al sacramento del perdón y de la penitencia- para quitar aquello que impide recibir a tan preciado bien, o, para decirlo con mayor propiedad, al mejor bien posible en la tierra: al mismo Dios hecho alimento para el hombre.

De ahí que estas palabras con las que iniciábamos esta meditación -“Daos cuenta del momento en que vivís; ya es hora de despertaros del sueño”- cobran un sentido muy aplicable en este adviento como una preparación para la recepción más consciente, más despierta y espabilada de Jesucristo, que se nos da como alimento; y, lo que es más llamativo, ¡a quién se da!: “¿quién soy yo, el hijo del hombre, para que te acuerdes de mi? ”

Por eso, solo cabe, en esta preparación a la venida del Señor, el adviento, que entonar un cántico de acción de gracias al Dios que, aunque parezca sorprendente, es Él quien nos espera a que vayamos al Sagrario: “¡Ven Señor, Jesús”