Malaquías 3,1-4. 23-24; Sal 24, 4-5ab. 8-9. 10 y 14 ; San Lucas 1, 57-66

Hace dos días estuve visitando un poblado chabolista, cercano a mi parroquia, donde viven unas doscientas treinta familias. Los (y sobre todo las) trabajadores sociales nos enseñaron un poco la forma de vida en aquel lugar, tan cercano pero que parecía tan lejano. En el poblado hay una pequeña escuela para niños pequeños, con pequeños medios y más pequeña plantilla. Aunque no tenían los mejores “medios” del mundo los maestros se sentían orgullosos de su escuela, de su trabajo (aunque no diese muchos frutos) y de sus alumnos. Verdaderamente trasmitían la vocación que les mueve por poner los rudimentos para que esos pequeñines puedan acceder a una educación que luego, cosas de la vida, muchas veces no se culminaba en el colegio. Era encontrarse con maestros -no sólo “enseñantes”-, que se ocupaban y preocupaban de los niños, sus familias, su modo de vida ( o de infra-vida), y encima con una sonrisa, pues trabajan y viven con personas y como personas.
“Juan es su nombre.” A Isabel y a Zacarías no les entienden cuando eligen el nombre de su hijo. Ellos cumplían la voluntad de Dios, pero los demás no lo sabían y todos estaban “extrañados.” En el mundo en que vivimos, que se aleja tan rápidamente de Dios, a la persona se le quiere poner muchos nombres: consumidor, contribuyente, productor, reproductor…, según se mire su vida y según esos ojos (los de la economía, los del trabajo, los de los traficantes de placer, los del mal político,…) las denominaciones son distintas. Los cristianos tenemos que decir, aunque suene extraño a los oídos de los demás: ¡Hijo de Dios es su nombre.!
Al igual que los maestros de esa pequeña escuela no pierden su tiempo en discutir matices de las políticas educativas o la disposición de fondos para los colegios, simplemente enseñan; los cristianos no podemos perder el tiempo en muchas psicologías o sociologías, simplemente tenemos que ayudar a las personas a descubrir que, por el niño que va a nacer, han sido trasformados en hijos de Dios por la gracia que Él les otorga.
Quedan unas cuantas horas para celebrar la Navidad. En esa especie de chabola que fue el portal de Belén, con la compañía de las bestias pero con todo el cariño de la Virgen y San José, se recrea la humanidad, pues es Dios mismo quien se hace presente en el mundo para que nosotros llegásemos a la vida de la gracia, fuésemos redimidos del pecado y de la muerte.
“¡Juan es su nombre!”. Tanto “espíritu solidario” que nos intentan imponer en Navidad no viene dado por el tiempo, por las fiestas o porque se acabe el año. La caridad cristiana (que no es la “roñosa caridad”), nace de descubrir que “hijo de Dios” es el nombre del otro por muy pobre, solo, enfermo o antipático que sea y por eso puedo dar la vida por él, como lo hizo Jesús por nosotros.
“Levantaos, alzad la cabeza: se acerca vuestra redención.” Poco más de un día para el día de Navidad, cuatro semanas de Adviento para cambiar nuestra mirada. ¿Sigues mirando a los demás con ojos de extrañeza?. Contempla la pobreza del portal, los mimos de María y José, la tarea de tantos que -aun sin saber por qué dan su vida por los demás-, y podrás “convertir tu corazón” antes de decir no sólo con los labios sino con el corazón: ¡Feliz Navidad!.