San Juan 2, 12-17; Sal 95, 7-8a. 8b-9. 10 ; San Lucas 2, 36-40

No se si habrá sido consecuencia de un pequeño virus, un constipado unido a un mal aire o la piadosa y unánime oración de mis feligreses, pero desde poco tiempo antes de celebrar la Navidad empezó a subirme la fiebre y he estado cuatro días rondando los 39 grados de temperatura. He sudado como si hubiese estado pasando las Navidades en Argentina y me he quedado destrozado como si me hubieran dado una paliza. Parece mentira que un virus tan pequeño pueda hacernos tanto daño, y que el cuerpo -sin saber nosotros muy bien cómo-, reacciona y se defiende de los ataques de los agentes externos. Debilidad y fortaleza tan íntimamente unidas.
“Os escribo, hijos míos, … Os escribo a vosotros, padres, … Os escribo a vosotros, jóvenes…” La lectura de la primera carta de San Juan de hoy es como la fiebre, nos indica que algo puede andar mal “Si alguno ama al mundo, no está en el amor del Padre” pero a la vez nos recuerda que poseemos los “anticuerpos” necesarios: “Se os han perdonado los pecados,” “conocéis al que es desde el principio,” “habéis vencido al maligno,” “porque sois fuertes, y la Palabra de Dios permanece en vosotros y habéis vencido al maligno.” Es necesario recordarlo. Tal vez algunos prefieran quedarse encerrados en sus síntomas, unirse en alianza con el termómetro y preocupadísimos de lo alta que parece la fiebre no hagan sino tomarse una y otra vez la temperatura, a ver si ella sola baja. Lo más seguro es que se traguen el termómetro y se envenenen con el mercurio.
No nos podemos quedar en la queja , tenemos que recordar quiénes somos: ¡hijos adoptivos de Dios!, redimidos, perdonados, amados de Dios. Somos fuertes. Al igual que el niño Dios “iba creciendo y robusteciéndose, y se llenaba de sabiduría, y la gracia de Dios lo acompañaba,” nosotros no podemos vivir en la debilidad del Antigua Testamento, como si el Mesías no hubiera llegado, como si no hubiera sido vencido el pecado y la muerte en ese niño que se nos ha dado. No podemos vivir de complejos, rodeados de miedos, asustados como conejillos en época de caza “porque sois fuertes, y la Palabra de Dios permanece en vosotros y habéis vencido al maligno.”
Muchas veces podemos sentirnos muy débiles y como desarmados frente a los “ataques” del mundo, nos puede invadir la sensación del “no podemos” y caer en el abatimiento, entonces haz un acto de fe, un momento de oración frente al sagrario y recuerda que no hay nada perdido “porque sois fuertes, y la Palabra de Dios permanece en vosotros y habéis vencido al maligno.”
“Las pasiones del hombre terreno, y la codicia de los ojos, y la arrogancia del dinero” que recibirán su gran homenaje mañana por la noche, todo eso “pasa, con sus pasiones.” Si tú y yo procuramos hacer “la voluntad de Dios” entonces “permaneceremos para siempre.” Aunque parezca que la fiebre nos ha dejado “doblados” recobraremos la salud con renovada vitalidad “porque sois fuertes, y la Palabra de Dios permanece en vosotros y habéis vencido al maligno.”
Aprendamos de la profetisa Ana, de su paciencia inquebrantable, su confianza sin límites, su mortificación ordinaria y, por todo ello, su agradecimiento sincero y apostólico. También nosotros, de la mano de Santa María y de San José, hemos conocido a Jesús , el Salvador. No podemos vivir en la debilidad, como si Cristo no se hubiera encarnado, sino en la absoluta confianza, “porque sois fuertes, y la Palabra de Dios permanece en vosotros y habéis vencido al maligno.”