Eclesiástico 24, 1-2. 8-12; Sal 147, 12-13. 14-15. 19-20 ; Efesios 1, 3-6. 15-18; San Juan 1, 1-18

Es significativo que en la primera lectura de este segundo día del año, después de celebrar la fiesta de la Virgen, ayer, Madre de Dios, nos hable de la Sabiduría; sabiduría que “se gloría en medio de su pueblo, abre la boca en la asamblea del Altísimo y se gloría delante de sus Potestades”, según leemos al iniciar la primera lectura de la Misa de hoy.

Es significativo que hable así de la Sabiduría pero no es extraño, porque esta sabiduría es la del entendimiento de las cosas de Dios, Don del Espíritu Santo que nos hace percibir cual es el camino a seguir para alcanzar el fin de la vida del hombre, “recibirá alabanzas de la muchedumbre de los escogidos y será bendita entre los benditos”, pues ciertamente no hay nada mejor en el mundo que tener esta sabiduría.

“En la ciudad escogida me hizo descansar, en Jerusalén reside mi poder”; este es el sitio de la verdadera sabiduría, el fin del camino: “la ciudad escogida”. Toda sabiduría tiene unos postulados, un camino de razonamientos que conducen a una ciudad -“a la ciudad escogida” donde, al llegar “me hizo descansar”; esa ciudad es el cielo “en Jerusalén”: “descanse en paz”, decimos cuando alguien nos abandona de este mundo deseándole lo mejor, es decir que descanse en la Jerusalén donde se encuentra el Dios de los justos.

No es el camino que conduce a la nueva Jerusalén, al destino del hombre, al encuentro con Dios, un camino sólo de sentimientos y de apreciaciones subjetivas, es un camino de Sabiduría, es decir, camino de razonamiento, de pensamiento, de conocimiento. También por eso dice San Juan que “la verdad os hará libres” porque la verdad radica en el entendimiento y el conocimiento de la verdad es la sabiduría, y la sabiduría es la libertad: cuando el hombre sabe cual es su destino, seguro que, libremente, elegirá lo que le conduce a él; por eso “la verdad nos hace libres”

Por eso también, el hombre más sabio, es el que conoce no muchas cosas de la vida -matemáticas, historia, geografía, u otras ciencias- sino el que, junto a los conocimientos de las ciencias conoce sobre todo el verdadero conocimiento de la verdad: de la verdad más íntima del hombre, de lo que da sentido a su vida, de su destino en la tierra que, ya nos dice Dios en su primer mandamiento en qué consiste ésta sabiduría: en amar a Dios sobre todas las cosas.

“Eché raíces entre un pueblo glorioso, en la porción del Señor, en su heredad, y resido en la congregación plena de los santos”, terminamos leyendo en el final de la primera lectura de la misa de hoy. Esa es precisamente la finalidad de la sabiduría, que quien se deja conducir por ella “eche raíces entre un pueblo glorioso, en la porción del Señor, en su heredad”. Otra vez más nos evoca esta lectura de hoy el cielo, como final o meta de la sabiduría: “congregación plena de los santos”, donde se echan “raíces entre un pueblo glorioso”, anclados, enraizados para siempre en la gloria del Cielo, entre santos.