San Juan 4, 7-10; Sal 71, 1-2. 3-4ab. 7-8; San Marcos 6, 34-44

En la primera lectura de la Misa de hoy -primera carta del apóstol San Juan-nos escribe éste discípulo amado del Señor una de las páginas más bellas de su Evangelio, aunque en realidad habría que decir que todas las páginas son maravillosas por cuanto que todas son del Espíritu Santo.

Pero en este caso nos está hablando san Juan de algo que a todos nos gusta hablar, y sobre todo comprobar, sentir, palpar en nuestras propias vidas: el amor.

Pero con el amor igual que con tantos otros conceptos -libertad, solidaridad, entrega, etc. – ha pasado que se ha ido metiendo dentro del mismo concepto tantas otras “parecidas” realidades que primero se han colado por los pelos, y luego se han instalado dentro del concepto como en su propia casa, y muchas veces no solo no tienen que ver con el auténtico significado, sino que son todo lo contrario”.

Por ejemplo, una persona que no se puede mover porque es paralítico pongo por caso, puede decir que no tiene libertad. Pero esto sería un error, porque lo que no tiene es movilidad; ya que una persona impedida puede ser el ser humano más libre del mundo si su espíritu y su alma vuelan hacia Dios cada día desde su silla de ruedas, y su alegría y su fe contagia a los “pobres tullidos” que pueden caminar por donde quieran pero no tienen esa fe o esa esperanza y caridad en Dios.

El amor del que nos habla San Juan, es decir, del que nos habla el Espíritu Santo es maravilloso: “Queridos hermanos, amémonos unos a otros, ya que el amor es de Dios, y todo el que ama ha nacido de Dios y conoce a Dios”. Y a continuación lo dice en negativo que quizá aún queda más claro: “Quien no ama no ha conocido a Dios, porque Dios es amor”. Dios y amor están íntimamente unidos: no se puede decir que hay amor si Dios no está de algún modo bendiciendo ese amor.

Al leer estas bellísimas palabras a todos “se nos hace la boca agua” al comprobar que estamos en una religión, que tenemos -los cristianos- una fe que es la mejor del mundo. Una fe que nos habla de amor, de querernos unos a otros, más aún, nuestro “Dios es amor”.

Pero volviendo ahora a lo que quizá dentro de este concepto de amor se ha ido introduciendo ante modas, imperativos sociales o por el contacto del cristianismo con el mundo paganizado en el cual todos vivimos, porque este es el mundo que tenemos, resulta que si por ejemplo, dos novios dicen que se aman tanto que incluso “para demostrarse que se tienen tanto amor” tuvieran relaciones sexuales como si fueran ya marido y mujer, en tal caso eso no sería amor. No es una apreciación o elucubración del que escribe ya que es el mismo Dios quien en el Evangelio nos dice que “quien me ama cumple mis mandamientos”: y hay un mandamiento que dice “no fornicarás”. Y el padre que “por amor” a sus hijos roba en su trabajo dinero de modo que así puede comprar regalos a sus hijos porque los ama, en realidad no estaría amando porque “quien me ama cumple mis mandamientos” y hay un mandamiento que dice: “no robarás”; y si uno no dice la verdad porque así evita un disgusto grande a otra persona, porque la ama, eso no sería amor porque otro mandamiento nos dice “no mentirás”.

“Quien me ama cumple mis mandamientos”. Esta es la llave que abre la puerta del auténtico amor: la clave para entender cuando hablamos de amor de verdad -amor y Dios unidos- y cuando es un sucedáneo del amor, es decir no es amor aunque con un parecido tan grande que, es comprensible, que a veces lleve a error.
En la primera lectura de la Misa de hoy -primera carta del apóstol San Juan-nos escribe éste discípulo amado del Señor una de las páginas más bellas de su Evangelio, aunque en realidad habría que decir que todas las páginas son maravillosas por cuanto que todas son del Espíritu Santo.

Pero en este caso nos está hablando san Juan de algo que a todos nos gusta hablar, y sobre todo comprobar, sentir, palpar en nuestras propias vidas: el amor.

Pero con el amor igual que con tantos otros conceptos -libertad, solidaridad, entrega, etc. – ha pasado que se ha ido metiendo dentro del mismo concepto tantas otras “parecidas” realidades que primero se han colado por los pelos, y luego se han instalado dentro del concepto como en su propia casa, y muchas veces no solo no tienen que ver con el auténtico significado, sino que son todo lo contrario”.

Por ejemplo, una persona que no se puede mover porque es paralítico pongo por caso, puede decir que no tiene libertad. Pero esto sería un error, porque lo que no tiene es movilidad; ya que una persona impedida puede ser el ser humano más libre del mundo si su espíritu y su alma vuelan hacia Dios cada día desde su silla de ruedas, y su alegría y su fe contagia a los “pobres tullidos” que pueden caminar por donde quieran pero no tienen esa fe o esa esperanza y caridad en Dios.

El amor del que nos habla San Juan, es decir, del que nos habla el Espíritu Santo es maravilloso: “Queridos hermanos, amémonos unos a otros, ya que el amor es de Dios, y todo el que ama ha nacido de Dios y conoce a Dios”. Y a continuación lo dice en negativo que quizá aún queda más claro: “Quien no ama no ha conocido a Dios, porque Dios es amor”. Dios y amor están íntimamente unidos: no se puede decir que hay amor si Dios no está de algún modo bendiciendo ese amor.

Al leer estas bellísimas palabras a todos “se nos hace la boca agua” al comprobar que estamos en una religión, que tenemos -los cristianos- una fe que es la mejor del mundo. Una fe que nos habla de amor, de querernos unos a otros, más aún, nuestro “Dios es amor”.

Pero volviendo ahora a lo que quizá dentro de este concepto de amor se ha ido introduciendo ante modas, imperativos sociales o por el contacto del cristianismo con el mundo paganizado en el cual todos vivimos, porque este es el mundo que tenemos, resulta que si por ejemplo, dos novios dicen que se aman tanto que incluso “para demostrarse que se tienen tanto amor” tuvieran relaciones sexuales como si fueran ya marido y mujer, en tal caso eso no sería amor. No es una apreciación o elucubración del que escribe ya que es el mismo Dios quien en el Evangelio nos dice que “quien me ama cumple mis mandamientos”: y hay un mandamiento que dice “no fornicarás”. Y el padre que “por amor” a sus hijos roba en su trabajo dinero de modo que así puede comprar regalos a sus hijos porque los ama, en realidad no estaría amando porque “quien me ama cumple mis mandamientos” y hay un mandamiento que dice: “no robarás”; y si uno no dice la verdad porque así evita un disgusto grande a otra persona, porque la ama, eso no sería amor porque otro mandamiento nos dice “no mentirás”.

“Quien me ama cumple mis mandamientos”. Esta es la llave que abre la puerta del auténtico amor: la clave para entender cuando hablamos de amor de verdad -amor y Dios unidos- y cuando es un sucedáneo del amor, es decir no es amor aunque con un parecido tan grande que, es comprensible, que a veces lleve a error.