Deuteronomio 30, 15-20; Sal 1, 1-2. 3. 4 y 6; san Lucas 9,22-25

Sumar, restar, multiplicar y dividir (las cuatro reglas de toda la vida), puede parecer sencillo, lo hacemos de memoria, casi mecánicamente. En uno de los grupos de “apoyo escolar” de la parroquia, nos ha llegado una niña de ocho años que no sabe leer, ni escribir, ni sumar (pero sigue avanzando cursos, ¡logros de la política educativa!). Habrá que hacer lo posible para que se ponga al nivel que tiene que estar, e incluso que llegue a comprender que en matemáticas “el orden de los factores no altera el producto.” Esa frase la hemos aprendido todos de memoria, aunque era más difícil aplicarla en los problemas concretos. Hoy vamos a olvidarnos de las cuatro reglas y tendremos que afirmar: “el orden de los factores altera el producto.”
Cuántas veces escuchas a jóvenes o adolescentes, cuando les planteas las exigencias de la vida cristiana, la misma respuesta: que ahora tienen que disfrutar, que ya sentarán la cabeza cuando se casen. Luego los novios -o recién casados-, prefieren estar un tiempo sin hijos “para estar juntos y no complicarse todavía la vida.” Cuando tienen hijos trabajan uno y otra como “descosidos” para tener tiempo y posibilidades de estar con sus hijos en el futuro, … y cuando llega el futuro se encuentran con una mujer un marido al que no conocen, unos hijos que les ignoran y una residencia de ancianos dispuesta a engullir todo lo ahorrado.
“Mira: hoy pongo ante ti la vida y el bien, la muerte y el mal.” En la vida hay que escoger, tenemos que usar nuestra bendita libertad y elegir a qué factores vamos a dar prioridad. No podemos postergar a Dios en nuestra vida “para cuando tengamos tiempo,” pues seguramente será demasiado tarde. Si los “sumandos” de nuestra vida son nuestro capricho, nuestro interés, nuestro placer o nuestro egoísmo no podremos cambiar de pronto el “producto” de nuestra vida.
“El Hijo del hombre tiene que padecer mucho, ser desechado por los ancianos, sumos sacerdotes y letrados, ser ejecutado y resucitar al tercer día.” Nos gustaría que el orden de los factores fuese distinto, comenzar por la resurrección, vivir en el país de las piruletas y en un mundo de gominola, pero el producto de esa vida sería exclusivamente tener caries. Jesucristo nos enseña a vivir como hombres nuevos en un mundo viejo que tenemos que rejuvenecer. Olvida todas las “matemáticas” que te han enseñado: pensar primero en ti, buscarte la vida, pisar para que no te pisen, buscar el bienestar y el placer por encima de todo y ya llegarás a viejo para dedicarte a las “cosas” de Dios. Es hoy cuando tienes que elegir seguirle hasta la cruz para que el resultado sea la resurrección. “¿De qué le sirve a uno ganar el mundo entero si se pierde o se perjudica a sí mismo?.” ¿De qué te sirven tantos “planes” para ser feliz en el futuro, si pierdes hoy la capacidad de descubrir dónde está la felicidad?.
“Elige la vida y vivirás tú y tu descendencia amando al Señor tu Dios, escuchando su voz, pegándote a él” y “el que quiera seguirme que se niegue a sí mismo, cargue con su cruz de cada día y se venga conmigo.” ¿Hay que pedir muchas más explicaciones? Creo que no.
Estamos en el segundo día de Cuaresma, la ceniza ya no está en nuestra frente, pero si está en tu corazón no dejarás para mañana el elegir “la vida y la bendición.”
Pídele a nuestra Madre la Virgen que sepas poner bien los “factores” de tu vida para que no descubras un día que el “producto” de tu vida no es el que pensabas.