Génesis 2, 7-9; 3, 1-7; Sal 50, 3-4. 5-6a 12-13. 14 y 17; san Pablo a los Romanos 5, 12-19; san Mateo 4, 1-11

“El Señor Dios modeló al hombre de arcilla del suelo, sopló en su nariz un aliento de vida, y el hombre se convirtió en ser vivo”. Estas son las primeras palabras de la primera lectura del primer domingo de cuaresma. Parece como si la Iglesia nos quisiera decir: “empecemos desde el principio”. Pienso que el hombre ya no puede remontarse más atrás. Antes de haber sido hecho, el hombre, sencillamente, no era.

Esto por una parte; pero es que además, el texto nos está llevando a nuestro origen más esencial: “el Señor Dios modeló al hombre”. Empezamos la cuaresma -en realidad, el miércoles de ceniza, pero este es el primer domingo- y sabemos cómo termina: con la pasión, muerte y resurrección del Señor. Tiempo, pues éste que la Iglesia nos propone en el que vamos a conmemorar el motivo central de la venida del Señor a la tierra.

Se ha insistido, y no falta razón a quien así lo afirma, que la Navidad es el elemento primero del inicio de nuestra salvación. Pero, habría que decir que, si en Cristo sólo hubiera habido Navidad y no se hubiera producido lo que ahora estamos empezando a conmemorar, es decir, su muerte y resurrección, ciertamente -aunque sea así porque así fue dispuesto por Él mismo- no se hubiera producido la redención del género humano: la Navidad sin la muerte de Cristo y su gloriosa resurrección, no hubiera producido el efecto salvífico deseado por Dios: “¡Si Cristo no hubiera resucitado vana sería nuestra fe!”, dirá San Pablo.

Esto es importante para resaltara la época litúrgica que estamos viviendo y la primera enseñanza que debemos sacar para nuestra vida: sin pasión y muerte, no cabe resurrección. No podemos alcanzar el cielo sin imitar a Cristo, también en este itinerario suyo.

La primera enseñanza de esta primera lectura que no la única. Antes de ésta lección tendríamos que decir que la gran enseñanza de hoy es que Dios nos ha hecho. Como dirá San Juan en el principio de su Evangelio: “todo fue hecho por El y sin el no hay nada de cuanto ha sido hecho”.

Es más que importante precisamente para nuestra salvación, el no olvidar que Dios nos ha hecho: que somos hechura divina. Dicho de otro modo: todo cuanto somos y tenemos, lo somos y lo tenemos por que Él -por su dadivosa voluntad- nos ha querido otorgar. O lo que es lo mismo: no tenemos nada que no hayamos recibido. Y no me estoy refiriendo al dinero o a lo conseguido con nuestro trabajo y esfuerzo, sino a la inteligencia, la memoria, la imaginación o la voluntad. Más: la vista, el gusto, el tacto, el oído y el olfato.

Lo he querido decir haciendo mención expresa de las potencias del alma y la de los sentidos para ahora concluir con más claridad que todo esto -en una palabra, todo nuestro ser- debe rendir culto, pleitesía, adoración, honor y gloria a quien nos ha hecho, de quien todo lo hemos recibido. De quien es nuestro Dueño y Señor.

Y en el primer domingo de cuaresma, al hombre de hoy, soberbio, independiente, creído y posesivo -o, por mejor decir, “poseído”-de su trabajo, nos viene muy bien que la Iglesia nos recuerde quien somos y, hoy, de qué manos venimos para empezar bien, esto es, con humildad esta época litúrgica que nos disponemos a recorrer.