Daniel 9,4b-10; Sal 78, 8. 9. 11 y 13 ; san Lucas 6,36-38

El Evangelio, la palabra de Dios, siempre nos maravilla, reconozcámoslo. Pero hay veces en las que queda muy patente el conocimiento que Dios tiene de nosotros, de cómo somos los hombres. En cierta forma “no tiene mérito”, porque Él nos ha creado y, por tanto, “el fabricante” es quien mejor conoce cómo funciona “el juguete” creado por Él”. Se trata de un ejemplo o un modo de decir, porque lo que conocen los hombres que fabrican cosas siempre tienen un conocimiento periférico, es decir, el modo de proceder mecánico sobre este o aquel aparato. Dios nos conoce por dentro, en nuestra esencia, en nuestro interior, en nuestros sentimientos, nuestra forma de pensar, y de amar.

Y si tuviéramos que dar una prueba de lo que estamos diciendo, si alguien nos pidiera que lo demostráramos, le diríamos: “lee el evangelio de la Misa de hoy”. Observaría que “en aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: “Sed compasivos como vuestro Padre es compasivo; no juzguéis, y no seréis juzgados; no condenéis, y no seréis condenados; perdonad, y seréis perdonados; dad, y se os dará”.

Es decir, el Señor está queriendo que pongamos nuestra mirada en el prójimo, y no encuentra una comparación mejor para decirnos cómo debemos tratar a este prójimo, que volviendo la mirada sobre nosotros mismos. De los refranes siempre se dice que son la sabiduría popular; pues bien, hay uno, que todos conocemos, y que reza: “no hagas a los demás lo que no quieras que te hagan a ti”. Esto nos está diciendo el Señor, que miremos al prójimo, pero no de un modo abstracto, bajo un análisis de amplio espectro sobre su persona y de arriba a bajo, ni con consideraciones teóricas sobre el hombre y sus circunstancias. No.

Cristo quiere que seamos compasivos con él, que no juzguemos a quien es antes que nada, mi hermano, o mi amigo, o mis compañeros de profesión, o la señora de la tienda, el emigrante que va conmigo en la mima cera por la calle. Nos está diciendo el Señor que no condenemos a nadie. Me está diciendo Jesús que perdone a quien me ha ofendido, o me tiene rencor. El Señor me dice, que yo a él no le guarde venganza o malicia.

Realmente me está diciendo el Señor muchas cosas y muy fuertes, muy difíciles, muy comprometidas, que exigen de mí mucha humildad y entrega. Entrega no es solo hacerse monje o religiosa, que ciertamente lo es, sino que “entrega” para un cristiano, es dar algo o del todo, por ejemplo en esto que estamos considerando, “entregar” “mi brazo a torcer”, no juzgar, no condenar, perdonar, darle la razón al prójimo: eso es entregarse, también

Y a parte de otras razones que quizá no son ahora del caso para no extendernos, podríamos preguntarnos: ¿por qué hemos de tratar así de bien al prójimo? Es el Señor quien nos contesta al decirnos que si os portáis así de bien con el prójimo, vosotros tampoco “seréis juzgados”, “seréis perdonados”, si actuáis así con todos (amigos y no tanto), “no seréis condenados” ; si tratáis bien a los que viven con vosotros (en vuestra propia casa, en vuestra empresa), luego, al final, en el momento del juicio -que un cristiano no debe perder nunca de vista- en ese momento “os verterán una medida generosa, colmada, remecida, rebosante” nos dice el Señor en el Evangelio de la Misa de hoy, y -nos lanza la última pregunta– ¿sabéis por qué será así? Porque “la medida que uséis, la usarán con vosotros”, y así termina el Evangelio de hoy, que más que nunca podemos decir, “palabra de Dios”. Es decir, esto será así de todas, todas. Saca propósitos.