Samuel 7, 4-5a. 12-14a. 16; Sal 88, 2-3. 4-5. 27 y 29 ; Romanos 4, 13. 16-18. 22; san Mateo 1, 16. 18-21. 24a

La Tradición nos dice que San José, al que hoy celebramos, murió dulcemente acompañado de Jesús y de María, por ello es el patrón de la buena muerte. Sin embargo hoy -San José y víspera del Domingo de Ramos-, vamos a ir en contra de la Tradición (sin que sirva de precedente). Imaginemos una conversación entre San José y Jesús el día antes de su entrada en Jerusalén.
San José: Hijo, tu madre y yo estamos preocupados. ¿No querías subir a Nazaret a celebrar la Pascua con nosotros, en familia?.
Jesús: Siempre os preocupáis, pero sabéis que tengo que ocuparme de las cosas de mi Padre.
San José: Eso mismo nos dijiste cuando tenías doce años, y creíamos haberte perdido. Pero pasó el tiempo y seguías a nuestro lado, te vimos crecer, aprender el oficio y trabajar, codo a codo conmigo, en el taller. Pero ahora nuestra angustia es mayor. A los sumos sacerdotes y a los fariseos les molesta tu predicación, les escandaliza tu vida y tus palabras.
Jesús: Tú no te escandalizaste cuando oíste al ángel decirte que yo “venía del Espíritu Santo.» Si fueran justos, como tú, escucharían mis palabras y creerían.
San José: Pero sabes que hay personas que no te quieren bien. Han puesto por delante su orgullo, su poder y su prestigio. No creo que sea el momento para que te entiendan. ¡A mí mismo me cuesta tantas veces!. Tal vez sea prudente esperar unos años y que las cosas y las personas cambien y tal vez estén dispuestos a escucharte.
Jesús: ¿Me hablas tú de prudencia? ¿Acaso cuando recibiste la noticia de que iba a venir al mundo le pediste a Dios que lo hiciese en un momento más propicio? En cuanto te despertaste hiciste lo que te había mandado el ángel. Pues bien, mi momento ha llegado.
San José: Mira, tal vez creas que tras resucitar a Lázaro todos los que han dicho que creen en ti te defenderán. Pero las personas somos muy volubles, cambiamos de opinión o nos asustamos con facilidad. Tal vez te encuentres solo frente a tus enemigos.
Jesús: ¿No te encontrabas tú solo cuando tuviste que ir a Belén, huir a Egipto, buscar una nueva casa en Nazaret, volver a establecerte y comenzar de nuevo el negocio?. Sólo te acompañaba mi Madre, yo era apenas un crío balbuciente e indefenso. Pero sabías que mi Padre no te abandonaba. No tembló tu corazón ni dudaste en tus decisiones. Sé que mi Madre estará a mi lado y eso me dará fuerzas. También sé que, como a ti, mi Padre no me abandonará.
San José: Pero yo, además de saber que hacía lo que Dios quería, te he visto crecer, formarte, hacerte un hombre. Y eso era parte de mi recompensa. ¿Tú crees que poniendo en riesgo tu vida cambiará algo?. Los hombres seguirán odiándose, matándose, siendo mentirosos, egoístas y orgullosos. Herodes hijo no ha sido mejor que Herodes padre. Parece que el mundo se ha olvidado de Dios, que seguimos dando vueltas sin sentido por el desierto y la tierra prometida parece que nunca llega. ¿Qué podrás hacer tú ante todo eso?.
Jesús: Tú lo sabes bien, en el fondo de tu corazón. Pensabas que caminabas sin sentido cuando tenías que cuidarme y protegerme, te preguntabas: ¿Qué tiene Dios reservado para esta criatura?. Durante treinta años no has visto maravillas, ni milagros ni prodigios. No te hacían falta pues tienes fe. Yo he vencido al mundo, el pecado y la muerte son derrotados. Pronto podré decir “todo está cumplido,” y tú y mamá veréis mi día.
San José: Te conozco muy bien y mi corazón está inquieto pues descubro la angustia de este momento en tu corazón. Pero siempre he confiado en tu Padre y no voy a dudar ahora. Aunque todos te abandonen confía en que yo estaré junto a tu madre a tu lado. Tal vez aquí termine mi tarea, el encargo de cuidarte que recibí hace tantos años y que he procurado hacer lo mejor que he podido. En este momento sólo puedo decirte una cosa: no me arrepiento ni de un solo segundo de mi vida desde que me enteré de tu presencia en el seno de María. Ha sido duro muchas veces, pero nunca me ha faltado la compañía de Dios… y mucho más cerca de lo que pensaba.
Jesús: No, tu tarea no acaba aquí. Tendrás que cuidar a mi Iglesia como me cuidaste a mí, dándole fortaleza, ánimo y confianza.
(Jesús se levantó, le dio un beso y marchó hacia Jerusalén. San José -una vez mas-, “hizo lo que le había mandado.”)