Isaías 61, 1-3a. 6a. 8b-9; Sal 88, 21-22. 25 y 27; Apocalipsis 1,5-8; san Lucas 4,16-21

Los periódicos del miércoles -al menos en España-, comparten en sus portadas la noticia de la desconexión de agua y alimentos a Terri Schiavo, su condena a morir de hambre, y la preocupación por la salud de Juan Pablo II. Los dos parecen “condenados” a morir pues molestan a una sociedad del bienestar que no quiere afrontar la enfermedad y la vejez. A Terri la condenamos a morir de hambre pues no podemos aguantar el amor gratuito de unos padres que gastan su vida en dar cuidados y cariño a su hija. A Juan Pablo II le condenamos a morir cuanto antes, pues nos molesta ver una vida que se gasta y se desgasta en el servicio a Dios y a los hombres. Hablo en primera persona del plural pues todos participamos de esa “cultura de la muerte,” y demasiadas veces nos situamos como espectadores del drama de la sociedad, como si no fuera con nosotros. Opinamos sobre todo, somos “contertulios del mundo,” pero ni denunciamos las injusticias ni movemos un dedo para cambiarlo.
“El Espíritu del Señor está sobre mí, porque el Señor me ha ungido. Me ha enviado para dar la Buena Noticia los que sufren, para vendar los corazones desgarrados, para anunciar la amnistía a los cautivos y a los prisioneros la libertad.” Tal vez la Misa de esta mañana sea de las más desconocidas por la mayoría de los fieles. La Misa de hoy es la Misa Crismal, en la que el Obispo bendice los óleos de los catecúmenos y de los enfermos, consagra el Santo Crisma y los sacerdotes renuevan sus promesas sacerdotales. Es el quicio de entrada al Triduo Pascual y en ella escuchamos esas palabras del profeta Isaías y la sencilla, pero profundísima, predicación del Señor: “Hoy se cumple esta Escritura que acabáis de oír.”
“Todo ojo lo verá; también los que lo atravesaron.” Esta mañana la Iglesia levanta un canto a la vida y a la esperanza. Aunque parezca que triunfa la mentira, la doblez y la cultura de la muerte, proclamamos que la cruz ha vencido. El crucificado es el resucitado, aunque disguste a muchos y “todos los pueblos de la tierra se lamentarán por su causa.” El aceite de los óleos y del Crisma seguirá distribuyéndose por todos los rincones del mundo para aliviar a los enfermos, pedir su salud y su salvación; para dar fortaleza a los van a morir a su antigua vida de pecado y, escabulléndose del mal, entrarán en la nueva vida de los bautizados en Cristo; el Crisma seguirá marcando a cada persona como hijos de Dios, testigos de Cristo, sacerdotes y Obispos dispuestos a gastar su vida en el servicio a la Iglesia, por encima de su salud, sus dones personales o su “imagen pública.”
Esta mañana es como si, en cierta manera, adelantásemos los frutos de la muerte y la resurrección de Cristo. Esta mañana decimos que la vida de Terri Schiavo es un don de Dios, un regalo para todos los que buscamos la efectividad y nos cuesta tanto querer a los demás como son. La vejez de Juan Pablo II es una caricia del Señor para todos los que no queremos ver como envejecemos y, aun siendo jóvenes, nos gustaría sentarnos para comer y descansar, dejando de correr la carrera que nos ha tocado.
“Yo soy el Alfa y la Omega, el que es, el que era y el que viene, el Todopoderoso.” Pídele hoy a la Virgen que te muestre el poder de Dios, y aunque muchos se empeñen en destruir el mundo, escuches muy alto las palabras de Cristo: “Yo he vencido al mundo.”