Isaías 52, 13-53, 12; Sal 39, 6. 7. 8-9. 10. 11 ; san Lucas 22, 14-20

“Mirad, mi siervo tendrá éxito, subirá y crecerá mucho”. El Evangelio de hoy es un canto a la esperanza. Es una bendición de Dios este capítulo cincuenta y dos del libro de Isaías, que la Iglesia nos propone hoy, además de cómo primera lectura, como versículos para nuestra meditación.

Es un canto a la esperanza porque es el triunfo de Dios sobre aquellos que lo maltrataron o despreciaron. Sobre aquellos que no lo reconocieron: “como muchos” que “se espantaron de él”, sigue diciéndonos Isaías. Pero ¿por qué se espantaron o no lo reconocieron? Y nos continúa contestando la primera lectura de la Misa de hoy: “porque desfigurado no parecía hombre, ni tenía aspecto humano”.

Así podría decirse que aparece para muchos el Señor en los tiempos actuales. Ven a la Iglesia y sus enseñanzas desfiguradamente. Piensan que lo que la Iglesia dice, como por ejemplo, que el matrimonio deba de ser entre hombre y mujer, que no dejen a los homosexuales adoptar niños, o cosas que todos conocemos, que eso es porque la Iglesia está anticuada; porque sus enseñanzas ya “no se llevan”. Si dice que no deben existir relaciones prematrimoniales, hay muchos que se escandalizan porque “ahora eso ya no está mal”, mientras que la Iglesia continúa manteniendo que es pecado. Dirán que el pecado en sí mismo “ya no existe”; lo importante, lo que se lleva ahora, es actuar “según tu lo ves” o “que te encuentres bien contigo mismo”.

La Iglesia sigue diciendo que hay pecados, “no avanza”. Todo esto, y más cosas, hace que Cristo, y con Él su Iglesia, aparezca ante el mundo como si “no fuera humano”, así lo decíamos antes: “porque desfigurado no parecía hombre, ni tenía aspecto humano”.

Y, sin embargo, es justo todo lo contrario. No podemos olvidarnos de que es Dios quien ha hecho el mundo, quien ha hecho al hombre; y al hacer esta afirmación, estamos queriendo subrayar que si Dios es el autor de todas las cosas, nadie mejor que Él sabe lo que le va al hombre bien y lo que le va mal. Por eso, ante esos ejemplos que antes poníamos (eran sólo unos ejemplos), cuando el hombre los vive, cuando se ajusta al querer de Dios, es cuando más humano es, cuando mejor se realiza como persona: “yo no he venido a abolir la ley -dirá el Señor-sino a darle cumplimiento”. Quien vive como hombre vive como Dios quiere. El hombre se realiza viviendo -más aún, amando- lo que Dios quiere para él y para el mundo.

Por eso, inmediatamente después de contarnos Isaías que “muchos se espantaron de él porque desfigurado no parecía hombre”, añade, que cuando nos demos cuenta en realidad de que Cristo es realmente también perfecto hombre, “asombrará a muchos”. “Ante él los reyes cerrarán la boca”. Y ¿por qué se quedarán así? Porque la sorpresa será mayúscula “al ver algo inenarrable y contemplar algo inaudito”, sigue diciendo Isaías a través de la primera lectura que nos propone la misa de hoy.

En este mes de mayo, pidámosle a la Virgen que es Madre de Dios y Madre nuestra, que nos ayude a seguir las enseñanzas de su Hijo, Jesucristo, y de la Esposa de Cristo, la Iglesia, convencidos de que cumplir y seguir sus requerimientos nos llevará a la plenitud de vida y a la felicidad eterna.