Eclesiástico 17, 1-13; Sal 102, 13-14. 15-16. 17-18a; san Marcos 10, 13-16

“Se le acercaban a Jesús niños”. Este pasaje está lleno de ternura y es uno de esos momentos donde sería deseable que esos hombres que todo lo racionalizan, y cuya dureza de su corazón a veces les impide ver en qué consiste no ya el cristianismo, sino la vida misma, la que Dios quiere que vivamos en la tierra, se pararan un momento para meditar toda la escena.

Debemos llevar una vida de comprensión, de cariño, de contemplación, de ternura entre todos; sí, con los niños, pero también con los que no son tan niños, es decir, con padres, hermanos, cónyuges, hijos; y también entre los “otros seres vivos” es decir, los animales y las plantas; que tratemos también con delicadeza y ternura no como igualando a estos seres con los hombres, pues sería un desorden, pero sí viéndolos como lo que son, es decir, como seres nacidos del querer de Dios, por su voluntad: animales y plantas hechos por Dios para su gloria y para recreo o ayuda del hombre.

Es decir, este pasaje muestra claramente, junto con tantos otros, la humanidad de Jesús ¡cómo será el corazón de Cristo! Quizá a veces nos paramos a pensar cosas que posiblemente son inútiles; pero en ésta vale la pena que nos detengamos con más frecuencia. Nosotros nos quedamos absortos y alabamos muchísimo cuando algún familiar nuestro, o algún conocido o incluso aunque no lo conozcamos, ha hecho algo que ha reflejado cariño, que indica que ha sabido estar en los detalles, que manifiesta generosidad, entrega, que, incluso, le ha supuesto -ese acto que nos produce alabanzas y bendiciones- sacrificio personal, y hasta económico. Pues bien, a esa persona, ¿quién le ha dado ese corazón? ¿Quién ha puesto los más sublimes actos de amor en el hombre? Por tanto ¿Cómo será el Corazón del Autor de los corazones de los hombres?

No vale pensar que también el hombre mata, odia, maldice y critica. Sí, es verdad, pero el Autor del corazón del hombre no nos ha dado el corazón para eso. El mismo lo dice en el Evangelio: “del fondo del corazón del hombre salen los malos pensamientos, las maledicencias, las fornicaciones, los homicidios”. También Dios nos ha dado las manos, pero nadie tiene duda de que no nos las ha dado para matar, sino para trabajar, para acariciar, para bendecir, para arropar, para ayudar.

No entienden los hombres que piensan que el cristianismo es otra cosa que ésta de la que ahora estamos hablando. Los diez Mandamientos de la Ley de Dios se resumen en dos, nos enseñan en nuestra fe desde pequeñitos, en amar a Dios y al prójimo, y, por tanto, podríamos aún nosotros decir que los diez mandamientos se resumen en uno: amar.

Fijaros si eso es así, que es este pasaje uno de los pocos donde, de todo el Evangelio, el Señor, se enfada al ver que los discípulos creen que los niños molestan al Maestro; así, cuando los niños están intentando acercarse, nos dice el Evangelio que “los discípulos les regañaban”. Y añade: “al verlo, Jesús se enfadó”.

Es un verbo este de “regañar” al que el niño está acostumbrado a recibirlo en pasiva, esto es “a ser regañado”. Pero Jesús protege a quien acude a Él con la sencillez de un niño aunque tenga, como se suele decir, más años que Matusalén. Porque el ser niño no está unido al tiempo que haga que nació, sino a la sencillez, sinceridad y abandono con el que se acuda al Padre de todos los padres que es Cristo nuestro Señor.