san Pablo a los Corintios 9, 6-11; Sal 110, 1-2. 3-4. 7-8; san Mateo 6, 7-15

“Hermanos: Ojalá me toleraseis unos cuantos desvaríos; bueno, ya sé que me los toleráis.” Así que los escribiré. Hoy tengo que decir que yo no hubiera dicho mejor lo que dice San Pablo a los Corintios y que lo firmaría de inmediato, parece que me ha plagiado los pensamientos. No es motivo de orgullo, pues como él mismo dice: “En el hablar soy inculto, de acuerdo,” la única diferencia -no pequeña-, es que él estaba iluminado por el Espíritu Santo y yo, entre mis miserias, sólo llego a atisbar un poquito la misericordia que Dios tiene conmigo.
Vamos con los desvaríos. De los sacerdotes se dice que trabajan media hora al día y con vino. Algunos dan esa imagen, pero lo cierto es que estar al frente de una parroquia es como ser padre de familia. Por los que te han encomendado das tu vida, tu tiempo, tus desvelos. En cierta manera cambias, cuando te trasladan de parroquia, de amigos, de vivienda, de ambiente e incluso de costumbres.
Estamos llegando a fin de curso -aunque a eso de las vacaciones es más discutible (quedan campamentos de verano, Colonia y la parroquia no cierra por vacaciones)-, y en esta época se hace balance del curso, se revisan las actividades, etc. Sé de unos cuantos sacerdotes que han entregado su vida, renovado cada día su esfuerzo, trabajado con rectitud de intención y ahora se encuentran con desafecciones, dimisiones y críticas: “Me parece que esta parroquia es demasiado católica.” “Antes era una comunidad viva y numerosa y ahora me siento sola.” “¿Para qué ir a Misa este tiempo si estamos en vacaciones?.” Así que a uno le entra la “depre” y le dan ganas de decirles con San Pablo: “Pero me temo que, igual que la serpiente sedujo a Eva con su astucia, se pervierta vuestro modo de pensar y abandone la entrega y fidelidad a Cristo. Se presenta cualquiera predicando un Jesús diferente del que yo predico, os propone un espíritu diferente del que recibisteis, y un Evangelio diferente del que aceptasteis, y 1o toleráis tan tranquilos.”
Cuando me encuentro con estas situaciones me acuerdo de mis padres, y de muchos otros padres que conozco, que han entregado la vida por sus hijos, les han dado una formación y un ejemplo, diario y constante, de cristianos e hijos de Dios, que les han salido callos en las rodillas de rezar por ellos. Pero cada hijo ha salido a su manera: piadosos, incrédulos, fieles o comodones. “Cuando recéis, no uséis muchas palabras, como los gentiles, que se imaginan que por hablar mucho les harán caso. No seáis como ellos, pues vuestro Padre sabe lo que os hace falta antes que lo pidáis. Vosotros rezad así: Padre nuestro del cielo…” Dios es nuestro Padre y tiene una paciencia infinita, al menos conmigo. Es Él el que nos dice a cada uno de nosotros las palabras que San Pablo dirige a los Corintios. Así que en las parroquias y en las familias tendremos que tener la paciencia de Dios, sin pedir resultados, aunque sin callar ni dejar de trabajar nunca en esta viña del Señor.
No podía ser de otra manera. La predicación más fuerte de Cristo es desde lo alto de la cruz, cuando casi todos le abandonan, cuando se burlan de Él, cuando parece que es un fracaso. Los éxitos, aplausos y alabanzas quedaron muy atrás, aunque luego el Espíritu Santo hará que den fruto.
El fin de curso es cansado, no podríamos llegar “tan frescos” si hemos estado trabajando nueve meses intensamente. Ser padres es cansado cuando no ves los frutos de la mejor herencia que puedes darles: la fe. El Espíritu Santo no se cansa, sacará fruto de esa tierra que nos parece baldía y yerta.
Santa María es la madre fecunda. Nunca se cansa de enseñarnos a Cristo, aunque nos empeñemos en mirar hacia otro lado. A ella le encomendamos nuestras parroquias, nuestras familias, nuestros trabajos.