Génesis 41, 55-57; 42, 5-7. 17-24a; Sal 32, 2-3. 10-11. 18-19; san Mateo 10, 1-7

Es escalofriante. Cada 6,6 minutos se realiza un aborto en España. Sólo falta otro 6 para que la cifra sea demoníaca. Como comenta la noticia, que acabo de leer, es la “causa de mortalidad mayor que los accidentes de tráfico, los homicidios y los suicidios.”

Tal vez alguien piense: “Ya estamos en la Iglesia con el tema del sexto mandamiento, con lo preocupante que es el hambre en el mundo, las dictaduras, las guerras, etc.” Pero el aborto no va contra el sexto mandamiento, sino contra el quinto: No matarás; y contra el cuarto ya que no se honra la propia paternidad y maternidad. Para muchos puede parecer un problema menos, a fin de cuentas el “problema” termina en la basura o en un frasco de cosméticos. Cada vez se aborta más (en el 2003 tantos abortos como habitantes tiene Soria o Teruel), y las que lo hacen son cada vez más jóvenes (una de cada siete madres tiene menos de diecinueve años). Hace 20 años se decía que legalizar el aborto haría disminuir su número y terminaría con los viajes a Londres para abortar. ¿Hemos progresado algo?.

“¿No os lo decía yo: «No pequéis contra el muchacho», y no me hicisteis caso? Ahora nos piden cuentas de su sangre.” Nuestros actos tienen consecuencias, nos gusten o no, si no que le pregunten a Farruquito. Cuando alguien aborta sabe que está terminando con una vida humana, y no una vida cualquiera, sino una vida que él y ella han engendrado. Al igual que a los hijos de Israel, eso pasa factura. Se pueden mantener ciertas “poses” de solidaridad y preocupación social para ocultar su conciencia. Me imagino que los hijos de Israel, después de intentar matar y luego vender a su hermano como esclavo, intentarían tratar de una manera delicadísima a su padre. Pero sinceramente: ¿Qué le puede importar el hambre de unos africanitos a aquel que ha matado a su hijo?. ¿La madre que ha acompañado a su hija para que mate a su nieto, sentirá lástima de que los iraquíes se peguen de tiros?. ¿Puede conmover el drama de los niños esclavos y soldados a aquella que ha amordazado su conciencia y ha preferido matar a su hijo a tener un “problema psicológico”?. ¿Qué cantidad tan risible es el 0,7 % comparado con lo que mueven las clínicas abortistas? Sé que es muy duro escribir esto, que no es políticamente correcto y que hay un montón de dramas personales de muchas personas tras haber abortado, pero justamente por eso hay que llamar a las lágrimas y a la penitencia. El que aborta, procura, ayuda o aconseja a abortar queda inmediatamente excomulgado. Puede parecer una pena medieval o insignificante, pero lo cierto es que quedan fuera de la comunión de la Iglesia, de los bienes espirituales que ella distribuye. Podrá seguir viniendo a Misa todos los días, pero no le valdrá de nada hasta que no reciba la absolución, y eso es también muy triste.

“Jesús, llamando a sus doce discípulos, les dio autoridad para expulsar espíritus inmundos y curar toda enfermedad y dolencia.” Hasta del pecado de los hijos de Israel el Señor se servirá para hacer crecer al pueblo elegido, aunque sufrirán la esclavitud en Egipto. Hasta del pecado del aborto puede el Señor sacar bienes, si verdaderamente acudimos arrepentidos a pedir su perdón y, una vez reconciliados con Dios, con la Iglesia y con ellos mismos, se reconcilien con el mundo haciéndose verdaderos defensores de la vida, de toda vida: la recién concebida, la que ya se acaba, la del extranjero, la del que pasa hambre, la del de lejos y la del de cerca. La Iglesia puede parecer dura, pero prefiero a la madre que recrimina a su hijo para que haga las cosas bien y no se haga un desgraciado, a la que parece muy “guay” y lo único que hace en sentarle delante de la televisión para que la deje en paz. Es mejor el cariño -que a veces reprende y siempre perdona-, que la indiferencia.

En la Iglesia siempre se perdona, se acoge y se ayuda, pero la Iglesia nunca oculta la fealdad del pecado. Parece que nuestra sociedad prefiere darle vueltas a la sede de las olimpiadas para no mirar cómo va pudriéndose desde sus entrañas. Los cristianos tendremos que afrontar esa podredumbre no para ocultarla, sino para sanarla.

Me imagino que ni tú ni yo hemos colaborado nunca a un aborto (si lo has hecho, pon los medios para sanarlo). Pero seguro que conocemos personas que sí lo han hecho, o algunos que se lo plantean o lo consideran como un problema de “salud pública.” Hazte defensor de la vida y pídele a nuestra Madre la Virgen que ponga en nuestras palabras y acciones, en nuestra forma de escuchar y comprender, en la manera en que sabemos acoger y unir la caridad y la verdad, se encuentre siempre la misericordia de Dios que todo lo puede.

¿Han pasado ya 6,6 minutos?.