Levitico 25, 1. 8-17; Sal 66, 2-3. 5. 7-8 ; san Mateo 14, 1-12

El Evangelio de la Misa de hoy nos cuenta que Herodes, como era lógico, había oído también todo lo que se contaba del Señor, así es que “dijo a sus ayudantes: -«ése (Jesucristo) es Juan Bautista, que ha resucitado de entre los muertos, y por eso los poderes actúan en él. » Fijaros que Herodes hace una afirmación de fe sobre Jesús: Jesús “es Juan el Bautista que ha resucitado”.

Ante este acontecimiento que hoy nos cuenta el Evangelio hay dos consideraciones importantes en las que podríamos detenernos. La primera es que nadie parece que se atreva a contradecir a Herodes. Seguramente o, entre otras cosas, porque es el rey, el poderoso, el que manda. Todos, más o menos tenemos personas que dependen de nosotros, porque es, por ejemplo, jefe en su trabajo, o porque es el padre o madre de familia y “manda” sobre sus hijos, o cualquier otra relación en la que hay personas supeditadas a nosotros.

Pienso que el Evangelio de hoy nos hace pensar sobre el cuidado que debemos tener para no imponer nuestro criterio sin más. Debemos estar atentos a lo que opinen los demás. Aquí Herodes, como decíamos, hace una afirmación que sabemos es falsa: Jesús es Juan Bautista que ha resucitado. Es verdad que hay miedo: “cualquiera contradice a Herodes”, pues sabemos cómo se las gastaba. Por eso la pregunta que podríamos hacernos sería más bien: ¿soy yo algo tirano? ¿Maltrato a las personas? o, lo que puede ser más frecuente ¿las desprecio, a ellas o a sus opiniones? ¿Es mi actitud avasalladora? ¿Soy cruel con las personas que dependen de mí?

Hacernos estas preguntas de verdad, podrá ayudarnos a mejorar nuestra conducta con los demás. Pensad que todos tenemos tendencia a dominar y a subyugar a los demás, a imponer nuestro criterio y, a veces, incluso nuestro capricho. Y, detrás de nuestra imposición, siempre hay alguien que sufre nuestra “tiranía”

La segunda consideración de este inicio del Evangelio de la Misa de hoy es que Herodes como también tenemos históricamente noticia, al parecer no es era lo que podríamos decir, creyente; lo único que buscaba, parece traslucirse de su conducta, era su egoísmo o satisfacer sus instintos, estar de fiesta en fiesta (como la que nos cuenta el Evangelio de hoy que le cuesta precisamente la cabeza de San Juan); que sólo quiere quedar bien, es decir, poseído de un pecado muy grave que le hace sufrir mucho a él mismo y a los demás, la vanidad. Pues bien, no cree en nada pero fijaros que cree que Jesús es “Juan el Bautista que ha resucitado de entre los muertos, y por eso los poderes actúan en él”

A veces nos encontramos con personas así. Gente que no tiene fe, que no está dispuesta a creer en lo que Jesucristo enseñó en el Evangelio, en lo que trasmite la Iglesia Católica (que no hace otra cosa que “trasmitir” las enseñanzas de Jesús), pero está dispuesto a creer a gente que lee cartas, que “adivina” el porvenir, o sufre por “maleficios” o por imaginaciones casi surrealistas.

Produce pena estas situaciones. Se sabe que en algunos países, hay sectas terribles o algunas otras no tan terribles, originarias del protestantismo, que embaucan y hacen creer a gentes ingenuas e incultas, cosas muy extrañas, sin coherencia en esa fe; creer unas aseveraciones que parece mentira que alguien pueda profesar. Y es que cuando más disminuye la fe en Jesucristo, en la verdadera fe, más crecen las creencias en magias, apariciones y adivinaciones.

Pero lo que nunca pierde el hombre, es la “necesidad de creer”; porque el hombre se da cuenta de que hay algunas cosas en él que no pueden ser explicadas sin lo que llamamos fe. Casi se podría afirmar que no es conocido a nadie sin fe o sin sus “creencias”: una especie de fe a su manera, hecha de miedos y de conveniencias para el tipo de vida que lleva. Incluso en las conversaciones normales se habla así: “yo no creo que Dios…”; “sí, yo creo que eso es muy grave…” Tanto lo que cree como no cree, no mira a si lo ha dicho Dios realmente, o Jesucristo, sino simplemente “su religión”, “sus creencias”

Hemos de pedir al Señor que nos ayude a formarnos muy bien, a preguntar lo que no sabemos, a aceptar lo que nos enseña quien tiene autoridad dentro de la Iglesia. Pensad que lo que la Iglesia católica quiere trasmitir no es otra cosa que las enseñanzas recogidas de Jesucristo, y conservarlas hasta nuestros días. Por lo tanto no se puede decir que creemos en Dios pero no en su Iglesia. Porque ella es hechura divina.