Números 20, 1-13 ; Sal 94, 1-2. 6-7. 8-9; san Mateo 16, 13-23

Jesús preguntó a sus discípulos: «¿Quién dice la gente que es el Hijo del hombre?» Ellos contestaron: «Unos que Juan Bautista, otros que Elías, otros que Jeremías o uno de los profetas.»

Nos muestra hoy el Evangelio de la Misa una pregunta que el Señor desea resolver con la ayuda de sus discípulos. Los apóstoles, obedientes, responden con lo que “dice la gente”. Pero una vez obtenida la respuesta lo que hace el Señor es dar un paso más, lo que realmente le interesa es lo que piensan ellos, sus discípulos: “Y vosotros, ¿Quién decís que soy yo?”

Nos detenemos un momento, antes de meditar un poco sobre esta segunda pregunta, en la primera: lo que la “gente piensa” del Señor. Las contestaciones que da “la gente”, es decir los que no son seguidores de Cristo, los que no están tan cerca de Él, de la Iglesia, son contestaciones que no podemos calificar de acertadas o buenas, porque realmente no lo son; pero tampoco están del todo mal. Se dicen cosas de Cristo o de la Iglesia, que “algo” tienen que ver con la verdad”: comparar a Jesús con Juan el Bautista, lo hacía hasta el mismo Herodes, “este (Jesús) es Juan que ha resucitado y actúa su espíritu en él”, llegó a decir; así, pensar que pueda ser “Elías”, o algún “profeta” no está “mal encaminado”… En realidad, lo que “la gente” está viendo es a alguien extraordinario, a alguien “de lo alto”, a alguien “con una misión”, con “algo que decir al pueblo”, etc. Ven que “hay algo que va más allá de lo meramente natural”.

Es decir, aciertan un poco, pero de forma marginal, aproximada. Y, claro, lo peor es una verdad a medias. En este caso, no hay malicia, incluso podríamos decir que hay un buen reconocimiento de “la gente” a favor de Jesús o su Iglesia. Sucede hoy igual con las cosas de Cristo, con la Iglesia, con los Obispos, con los sacramentos… la “gente” (aunque la hay mala y con mala intención) ve que ahí -en todas estas personas o ritos-“algo hay”, la Iglesia, “algo” hace en el mundo; la Eucaristía, no, “pero sí”…

Claro. Se están dejando lo más importante. No ven, lo que “realmente” es: esa “gente” es la que no tiene fe. Puede ser “buena gente”, pero les falta la fe, por eso es comprensible sus contestaciones. Por eso, quién es Cristo, nos lo tiene que decir un hombre con fe. Hoy como entonces nos lo sigue diciendo Pedro: «Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo.»

Todos los intentos de desligar a Cristo de la divinidad -hacer de Él un hombre extraordinario, maravilloso, un “hippy” o incluso podríamos decir, hacer de Él un San Francisco de Asís- es un intento vano y falso de decir quién es Jesucristo; hablar de la Iglesia como una especie de ONG, porque la Iglesia va a un país en misiones o ayuda a los pobres o a los enfermos de SIDA… sí, pero es un intento vano y falso de reducir a Cristo o a la Iglesia a eso.

Todas esas cosas que dicen las “gentes” de Jesús o de su Iglesia, dichas incluso con buena intención, no vamos a dudarlo, si no dicen, como dice Pedro de Jesús que Él es “el Hijo de Dios vivo”, estarían olvidando no digo un elemento esencial, sino el aspecto medular, sustancial, razón del ser y del existir del mismo Jesús y de su misma Iglesia.

Por eso comprendemos perfectamente la alegría de Jesús al oír estas palabras de la boca de Pedro: «¡Dichoso tú, Simón, hijo de Jonás!, porque eso no te lo ha revelado nadie de carne y hueso, sino mi Padre que está en el cielo”.

Y, fijaros que no debe de ser casual que es en este momento, después de esta declaración de Pedro, cuando Jesús acaba de percibir que Pedro ha captado exactamente quién es El, cuando, funda, precisamente, la Iglesia: “Ahora te digo yo: Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y el poder del infierno no la derrotará. Te daré las llaves del reino de los cielos; lo que ates en la tierra, quedará atado en el cielo, y lo que desates en la tierra, quedará desatado en el cielo.»