san Pablo a los Corintios 9,6-10; Sal 111, 1-2. 5-6. 7-8. 9 ; san Juan 12, 24-26

El norte de España estaba estupendo, hacía buena temperatura y había buena compañía: la familia. Después de estos días en “diferido,” volvemos al día a día.

Ya de vuelta en la parroquia hay que empezar a preparar el curso que viene. Cuando hablamos entre los sacerdotes a veces surge un tono de desánimo y comentamos la falta de compromiso. Hace unos años el compromiso era lo fundamental. Podías rezar o no, ir a Misa o al cine, confesarte o bailar la sardana, pero lo importante era el compromiso. Después de muchos (tal vez demasiados), años preparándose para el sacramento de la Confirmación, sólo quedaban los que tenían tiempo para “comprometerse” con su parroquia y hacer algo. Visto con la serenidad que dan los años te das cuenta que eso era: “pan para hoy y hambre para mañana.” El compromiso dejó paso a la novia o al novio, a la carrera universitaria, al puesto de trabajo, a que este cura no me cae bien …, y es que “cada uno dé como haya decidido su conciencia: no a disgusto ni por compromiso; porque al que da de buena gana lo ama Dios.”

Seguimos avanzando en nuestra semana de santos y hoy nos encontramos con San Lorenzo. Entre tanto incendio que estamos sufriendo no sería de buen gusto el regodearnos en la parrilla, que está prohibido hacer fuego. Lo cierto es que San Lorenzo dio su vida. No creo que fuese por compromiso, cada uno tenemos el compromiso fundamental de guardar la vida, no somos capaces de ahogarnos en un cubo de agua. La única razón para entregar la vida es el amor a Dios y, por Él, a los demás, especialmente a los más pobres, el tesoro de la Iglesia.

“El que se ama a sí mismo se pierde, y el que se aborrece a sí mismo en este mundo se guarda para la vida eterna.” Si leyese esto algún psicologista simplón, de los que tanto abundan, tal vez piense que los mártires son entes depresivos, cansados de vivir y que no se quieren en absoluto. Pero eso es no entender nada: es justamente al revés. El depresivo se ama tanto a sí mismo que su amor se queda cojo, nunca llega a ser lo que su corazón le pide y por eso está triste. Cuando los compromisos se plantean como: “¿Qué puedo hacer por mi parroquia?” se quedan en pequeñas metas. Lo primero porque yo soy capaz de cosas bastante pequeñas, lo segundo porque mi parroquia no abarca el mundo entero, es un mundo muy pequeñito. Cuando el compromiso se plantea como: “Qué puede hacer Dios por mi medio?” cambia todo el panorama. Entonces se abre un panorama inmenso. Ya no dependo de mis habilidades o de mis gustos, dependo del amor que Dios va derramando en nuestros corazones, y que siempre nos sorprende. Entonces uno se da de buena gana, pues sabe que todo lo ha recibido y no tiene que guardárselo. El que se ama a sí mismo siempre está “haciendo favores” a los demás y termina pensando que medio mundo está en deuda con él. El que sabe que todo lo ha recibido, que es la Gracia de Dios la que actúa por él, está siempre en deuda y una vida le parece poco para agradecer los dones del Señor.

San Lorenzo, todos los mártires, eran amantes apasionados de la Vida. Por eso la entregaban cantando las maravillas del Señor, pues habían descubierto que en su vida todo era Gracia. Lo que aborrecían era el pecado que les tentaba a ser raquíticos en la entrega, roñosos en sus frutos, bajos de miras. Tú y yo, seas sacerdote, catequista, joven o mayor, tenemos que preguntarnos si estamos donde está Cristo (“donde esté yo, allí también estará mi servidor”), o quiero que Cristo esté donde estoy yo. Es muy diferente.

La Virgen María es reina de los mártires. Ella no quiso guardarse a su propio Hijo, estaba donde Cristo estaba aunque fuese el Calvario, al pie de la cruz. Pídele a ella que te enseñe donde está Cristo y vayas hacia él. ¿Tú compromiso? Descubrir el compromiso de amor que Dios hizo contigo. Felicidades a mi primer párroco.