Apocalipsis 11, l9a; 12, 1. 3-6a. l0ab ; Sal 44, l0bc. 11-12ab. 16 ; san Pablo a los Corintios 15, 20-27a; san Lucas 1, 39-56

El sábado pasado, como cada segundo sábado de agosto desde hace diez años, subimos unos cuantos amigos a celebrar la Misa en lo alto de una montaña (y de paso a almorzar). Subimos a esa montaña en concreto recordando la que fue casi la última excursión que hicimos con un amigo, sacerdote salesiano, que murió de cáncer. Hace diez años pusimos una placa en su memoria, una placa de cerámica de Talavera, en un rebaje que hicimos en la piedra. Este año la habían roto, con malicia, no dejando más que algún pedacito entre las rocas y alguna pintada. Esos vándalos que son capaces de subir mil ochocientos metros para destrozar y beber no contaban con el tesón de mis amigos. Ya hay puesta otra placa, de peor calidad pero con igual cariño, en el mismo sitio. Nunca he comprendido ese afán de destrozar cualquier cosa, que ni nos estorba ni sobra, parece que hay personas a las que les molesta lo que hagan los demás y, si pueden romperlo, lo rompen. Gracias a Dios hay cosas que no se pueden destrozar, que los enemigos nunca podrán romper ni robar.
Hoy es la Asunción de la Virgen, la Virgen de agosto. Este día que nos recuerda que la Virgen está en cuerpo y alma en el cielo, como primicia de la salvación que nos trajo su Hijo Jesucristo. Muchos pueblos están de fiesta. En algunos este día lo intentan presentar como la fiesta del verano (o más triste aún: “de los veraneantes”) y se intenta arrancar de este día lo que supone festejar a la madre del Redentor. La celebración de la Misa se omite, o se pone en algún lugar escondido, en los programas de fiestas; se organizan bailes hasta últimas horas de la noche (o primeras del día), actividades paralelas a las procesiones. Uno y mil inventos que, como los ilustrados de la Francia revolucionaria cambiando las formas de medir los años para borrar a Cristo de la historia, intentan eliminar a la Virgen de este día. ¿No habrá días a lo largo del año para que celebren las fiestas paganas que les dé la gana?. ¿Por qué quieren destrozar el día de la Virgen? ¿Qué daño les ha hecho?
Pero esta es una de las “cosas” que no se pueden romper. La Asunción de la Virgen nos recuerda quiénes somos, a qué estamos llamados. “Cristo tiene que reinar hasta que Dios haga de sus enemigos estrado de sus pies.” Con Cristo no existen medias tintas: “O estáis conmigo o estáis contra mí.” Sé que lo que voy a decir puede sonar fuerte y, desde luego, políticamente incorrecto, pero con Dios no existen los tolerantes. Los cristianos esperamos que los demás se conviertan, que un día la gracia de Dios los ilumine y sigan los pasos de Cristo. Pero los que no quieren seguir a Cristo no permanecen indiferentes. Les molesta que Cristo reine, que su madre sea un ejemplo y modelo de lo que ellos están llamados también a ser. Es triste, pero harán todo lo posible por destruir cualquier referencia al Señor y a su madre pues es una humillación para su soberbia, un descrédito para su falta de fe, una ofensa para su orgullo.
¿Y qué hacemos los cristianos? A veces hay algunos que se enfadan mucho, se exaltan y sólo les falta gritar: ¡A las barricadas!. A veces, sobre todo cuando ante los ataques contra Cristo , su madre y la Iglesia, uno pierde la paz, suele denotar una fe bastante pobretona. Se enfadan porque quieren defender lo suyo, no unirse al Rey de Reyes que es Cristo que “ya ha vencido al mundo.”
Nosotros tenemos que estar como estará nuestra Madre en el cielo. “Proclamando nuestra alma la grandeza del Señor,” contemplando a Cristo vencedor de sus enemigos, por mucho que estos se empeñen en no reconocerle. Con cierta lástima por aquellos que aún se niegan a convertirse, a reconocer a Cristo como su Señor, pero esa lástima nos lleva a tener un cariño más grande por toda la humanidad, un amor (sí, amor, aunque no sea correspondido) a los enemigos de Dios, pues aún pueden volverse hacia Cristo, pueden cambiar de vida. Y movidos por ese amor redoblaremos nuestra oración, nuestra mortificación, nuestra entrega y nuestra alegría.
“Ahora se estableció la salud, el poderío y el reinado de nuestro Dios, y la potestad de su Cristo.” Para Dios todo el tiempo está presente, ese “ahora” es tu ahora. No podemos estar siempre quejándonos: “¡Qué mal están los tiempos!” Este es el tiempo de Cristo, él ya ha vencido y nuestra Madre, en cuerpo y alma en los cielos, nos lo recuerda.
Por eso hoy es un día de fiesta, hoy nos alegramos con el triunfo de Cristo, con la participación en él de la Virgen, pues es también nuestro triunfo, si somos fieles.