Apocalipsis 21, 9b-14; Sal 144, 10-11. 12-13ab. 17-18 ; san Juan 1, 45-51

“¡Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas, pues sois semejantes a sepulcros blanqueados, que por fuera parecen bonitos, pero por dentro están llenos de huesos de muertos” La sensación que produce en Dios un alma sin amor debe ser deplorable. Tiene que ser algo muy parecido al asco, a la nausea. En realidad la imagen de un sepulcro blanqueado ya es bastante expresiva. Un alma sin amor es un alma sin alegría, sin gozo. Un alma sin amor es técnicamente un alma muerta. Hay una novela que se titula así, “las almas muertas”.
San Juan nos dice en la tercera de sus cartas, casi al final del Nuevo Testamento, que Dios es amor. Además sabemos por el libro del Génesis, en la otra punta de la Biblia, que el hombre está hecho a imagen y semejanza de Dios. Son dos noticias que podemos combinar, la que nos da San Juan y la del Génesis. El hombre está hecho a imagen y semejanza de Dios y Dios es amor. Enseguida salta a la vista una conclusión: el hombre también tiene que ser amor. Un hombre que no es amor, que no ama, no es un hombre; porque el hombre es amor o no es hombre; no es el hombre que ha creado Dios, que es amor.
Los sepulcros blanqueados tienen la propiedad de engañar. Son una cosa por fuera y otra por dentro. Los sepulcros blanqueados mienten sobre sí mismos. Los hombres que cumplen pero no aman, los que se han acostumbrado a aparentar, los que han hecho de las apariencias una forma de vida, son hombres falsos, son una falsificación del hombre y una falsificación de Dios. Autenticidad o falsedad, esa es la cuestión. Decimos de alguien que es auténtico cuando hay acuerdo entre sus palabras y sus obras, o entre lo que es y lo que parece. Así, por ejemplo, decimos “este es un auténtico granuja”, o “este otro es un cristiano auténtico”. Hasta se agradece que si alguien es un granuja sea, por lo menos, auténtico; que no quepa duda; que no haya disimulo. De todos modos, sólo el hombre que ama a Dios y que ama a los demás es el hombre auténtico, porque sólo ese es imagen de Dios.
Tenemos que amar la verdad, tenemos que buscar la verdad, la nuestra, lo que cada uno de nosotros es. No es de recibo ir a Misa y a continuación gritar en el aparcamiento de la Iglesia. No es cristiano, porque no es humano, terminar un rato de oración y ponerse a criticar al vecino. Busquemos en nuestra conducta la coherencia, la sinceridad, la autenticidad y así no mereceremos ese duro juicio de Cristo: “sepulcros blanqueados”.