Jeremías 1, 17-19; Sal 70, 1-2. 3-4a. 5-6ab. l5ab y 17; san Marcos 6, 17-29

Aunque los programas y revistas del corazón pudieran parecer inventos de nuestro tiempo, me da la impresión de que no es así. Lo que ocurre es que hoy todo está más “globalizado”, y las tonterías llegan antes y mejor a todos los rincones, en esto hemos ganado en técnica y en sofisticación. Pero la condición humana siempre es y será la condición humana, de la misma manera que la cabra (y perdónese la comparación) siempre tira al monte. Es su naturaleza.
El caso que centra la cuestión es el de Herodes: vivía este reyezuelo de su tiempo en una situación irregular, constituía una “pareja de hecho”, manera fina donde las haya de decir que convivía con la que no era su mujer. Hay aquí ya una primera cosa que es bueno que tengamos en cuenta y es no acostumbrarnos a estas situaciones, porque no son de recibo. Se puede argumentar que hoy no vamos a escandalizarnos de esto que es, al fin y al cabo, “lo normal”. Bien, puede que sea “lo habitual”, pero no puede ser “lo normal”. Me vais a permitir un paréntesis al respecto: un amigo médico me contaba una clase que recibió en la carrera, una clase práctica en la que se trataba de enseñar al futuro doctor lo que tenía que anotar cuando escuchaba al paciente para hacer con precisión su historia clínica. Había que saber preguntar, pero también había que saber comprender (y traducir) lo que se contestaba. Y me ponía un ejemplo: la palabra “normal”. “Usted ¿bebe mucho o poco alcohol?” “Pues yo, doctor, lo normal”. No se le ocurra, a ustedes, quedarse ahí, pregúntenle más, porque si no se llevarán un chasco grande. “¿Y para usted qué es lo normal? vamos, ¿qué es lo que toma más o menos al día?” “Bueno, pues, me gusta tomarme por la mañana un carajillo, luego, sobre todo en invierno, que es cuando pega más el frío, y para entrar en calor, una copita a media mañana. Antes de comer una cervecita, para hacer boca; en la comida dos o tres copitas de vino, pequeñas, claro, y si se tercia alguna copita acompañando al café. Por la tarde, si invitan los amigos antes de ir a casa, otra cervecita, y bueno, ya por la noche…” “Con eso, decía el médico experto, ya se hacen ustedes una idea de que lo normal para ese caballero es pimplarse diariamente. No se fíen de lo normal, porque esa normalidad puede tener un nombre: cirrosis hepática”.
Cuántas “cirrosis hepáticas” hay en nuestra sociedad, reales y metafóricas, todo dentro de una normalidad aterradora.
Hasta aquí el paréntesis que se ha acabado imponiendo como la argumentación de este comentario.
Y luego está la frivolidad, que es tratar de forma trivial cosas que son serias, graves, o muy serias o muy graves. Eso hace que no se valore lo fundamental, lo esencial y se tire por tierra todo lo que hace al hombre grande. Poner a la par un baile y la vida de un hombre es como el prototipo del hombre frívolo que comercia con la existencia humana, porque le gusta el movimiento de caderas de una bailarina llena de ambición y resentimiento. Otra vez la condición humana, que hace esta vez mártir a un hombre grandioso, Juan el Bautista.
Vamos a pedirle a Nuestra Madre la Virgen que nos haga, por lo menos sensatos, que sepamos vivir con la normalidad de quien sabe percibir las cosas tal y como son, y no frivolicemos con lo que es importante. Es la manera de que tengamos la cabeza en nuestro sitio, y conservemos también la de los demás en el suyo.