Esdras 1, 1-6; Sal 125, 1-2ab. 2cd-3. 4-5. 6 ; san Lucas 8, 16-18

“La alegría cristiana tiene sus raíces en forma de cruz.” Esta frase no es mía, por supuesto, es de San Josemaría. (A los que a estas alturas de la vida sigan teniendo un catálogo de santos “buenos” y “malos,” lo siento, que den un buen baño a sus complejos). Muchas veces he malinterpretado esa frase, pensando que para ser feliz había que pasarlo mal. Pero Dios no quiere que suframos para que consigamos el “premio de la felicidad,” pero sí quiere que seamos felices, incluso en medio del sufrimiento. Creer haber encontrado la alegría cuando las cosas nos van bien es relativamente fácil, pero suele quedarse en una alegría superficial. Llegar a las raíces de la felicidad es una tarea algo más ardua.
“Al que tiene se le dará, al que no tiene se le quitará hasta lo que cree tener.” Es otra frase complicada. ¿Qué es eso que uno cree tener pero en realidad no tiene?. No sé, tal vez los biblistas y teólogos puedan explicármelo más racionalmente, pero yo tendré que explicarlo según mi corto entender.
Cuando cada mañana me levanto, tengo que buscar la alegría pues en la parroquia en la que llevo ya unos pocos años no la encuentro. Cuando me encuentro desubicado, cuando predicas y no se te entiende e incluso se te malinterpreta. Cuando la mayoría de lo que creías tus éxitos han sido momentos en que te han utilizado, cuando te crean mala fama y te ofrecen una sonrisa, pero por detrás están riéndose de ti, cuando has obedecido y después te han llamado caprichoso, cuando has gastado hasta ahora la mitad de tu vida y no ves ningún fruto. Cuando procuras derramar misericordia sobre los demás y en ellos no la encuentras, cuando ves que casi nadie entiende tu vida ni el por qué haces las cosas y terminas el día yéndote a la cama con el único consuelo de haber celebrado la Eucaristía. Entonces, cuando no tienes una depresión (que eso es para los que tienen tiempo, dinero y no se creen mucho lo de ser hijos de Dios), entonces, repito, descubres lo que creías tener y no tienes, y lo que realmente tienes. Seguro que si tú haces igualmente en tu vida descubrirás que creías tener, y no tienes, los éxitos, los aplausos, tu orgullo e incluso tus bienes materiales, que son efímeros. Quitar todo eso nos ayuda a escarbar en busca de las raíces de la alegría que, efectivamente, tiene forma de cruz. Y descubrirás lo que realmente tienes: el amor apasionado de Dios por ti. El resto se te dará por añadidura.
Descubrir las raíces de la alegría te consigue una inmensa libertad interior, una misericordia infinita y una comprensión grandísima hacia los demás. Tal vez te levantes por la mañana preguntándote dónde está la alegría, no te lances como un poseso por el mundo a buscarla, sabes que está en el Sagrario.
Tal vez te parezca una tarea demasiado complicada o que requiere un esfuerzo superior a tus fuerzas. No lo creas, te lo digo por experiencia. Acude a los salmos, se leen de muy distinta manera cuando se da uno cuenta de lo que realmente tiene y de lo que no tiene. Cuando te canses, escucharás la voz de nuestra madre la Virgen que te dirá: “Al ir, iba llorando, llevando la semilla; al volver, vuelve cantando, trayendo sus gavillas.”