Zacarías 2, 5-9. 14-15a; Jr 31, 10. 11-12ab. 13; san Lucas 9, 43b-45

Hace un par de días un telediario comentaba entre sus titulares: “La mafia rusa puede haber mandado unos sicarios para asesinar a un juez de la Audiencia Nacional, un fiscal y varios miembros de las fuerzas de seguridad.” La noticia, que citaba el nombre de los amenazados y que al día siguiente se recogía en diversos medios de comunicación, no dejará de ser curiosa para bastantes y provocaría, como mucho, el comentario: “¡Qué cosas pasan!.” Pero si miramos la noticia desde otro punto de vista y pensamos que esas personas amenazadas tienen familia, mujer, hijos , padres y hermanos, el escuchar públicamente que están amenazados de muerte sin duda alguna te inquieta, y te inquieta mucho. Es muy distinto el observar fríamente las noticias, distanciándose de los titulares, que implicarse personalmente en ellos .
“Meteos bien esto en la cabeza: al Hijo del Hombre lo van a entregar en manos de los hombres.” Podemos leer este anuncio del Evangelio de hoy con la distancia que da la hipocresía. Podemos comentar: ¡Qué cosas pasan!, y quedarnos tan frescos. Podemos incluso comentar: “Ya lo sabemos, lo hemos escuchado muchas veces,” y seguir fijando nuestra atención en el polvo que acumula el Cristo que preside el altar, seguramente menos que el que acumula nuestro corazón.
“Meteos bien esto en la cabeza.” Después de dos mil años no podemos seguir como los discípulos que “no entendían ese lenguaje; les resultaba tan oscuro, que no cogían el sentido.” A nosotros no nos puede “dar miedo” preguntarle al Señor sobre el sentido de estas palabras. Sabemos bien su sentido, aunque lo que tal vez nos dé miedo es metérnoslo bien en la cabeza.
“Al Hijo del Hombre lo van a entregar en manos de los hombres,” por tus pecados y los míos. Por los pecados de esos que llamamos “humanidad,” con un nombre tan genérico que pretendemos distanciarnos de ellos, como si no fuesen de los nuestros. Pero son nuestros pecados los que llevan a Cristo a la cruz. No nos podemos quedar indiferentes ante esto, no podemos “distanciarnos” de esta noticia como si se dirigiese a otros. Tenemos que metérnoslo bien en la cabeza: El fruto de nuestros egoísmos es la cruz. El fruto de nuestra lujuria es la cruz. El fruto de nuestras mentiras es la cruz. El fruto de nuestras presunciones es la cruz. El fruto de nuestra soberbia es la cruz. El fruto de nuestra prepotencia es la cruz. El fruto de nuestra ira es la cruz. El fruto de nuestra dejadez es la cruz. El fruto del aborto, las violaciones, las guerras, la explotación infantil y de la mujer, de los sacrilegios, de las injusticias, de …, es la cruz.
Y la cruz no podemos mirarla de forma fría, distanciándonos de ella como el estudioso del objeto de sus reflexiones. La cruz de Cristo nos tiene que inquietar, de ella pende la misma Vida, nuestro creador, nuestro redentor, nuestro hermano mayor. Y está allí no por un “accidente laboral,” ni por una lucha utópica por la justicia, ni por denunciar a los “poderosos,” está allí por ti y por mí, por tus pecados y los míos.
Si, a veces nos pasa, tenemos el corazón tan duro que no nos metemos esto en la cabeza, mira al pie de la cruz. Allí está su madre, tu madre. ¿Puedes permanecer indiferente?.