san Pablo a los Romanos 1, 1-7 ; Sal 97, 1. 2-3ab. 3cd-4; san Lucas 11, 29-32

Recuerdo que hace años, cuando apenas era un niño, un día oí hablar acerca de la masonería. Tal y como me contaban las cosas, daba la impresión de ser algo terrible. Gente que se reunía en secreto, con fines muy oscuros, que rendían pleitesía al Gran Arquitecto del Universo, etc. Pues bien, ahora, con mucho tiempo transcurrido, y a la luz de los últimos acontecimientos (sobre todo los ocurridos en España), puedo asegurar que aquellos juicios que me hacía, cuando era un crío, son realmente cortos comparados con los que se constata en la realidad.

Y la noticia, recogida de un confidencial digital (de esos que tan de moda están en internet), dice lo siguiente: “El Venerable Maestro Responsable de la logia simbólica ‘La Fraternidad nº 387’ del valle de Nueva York, asegura que un político español muy importante es masón y alaba su contribución a ‘los grandes cambios sociopolíticos’”. Aquí no se trata de dar nombres (aunque muchos se supongan), sino el hecho en sí mismo y su repercusión. Cuando hace unos días hablábamos de las críticas hacia la Iglesia (oscurantista, retrógrada…), ahora es como para desternillarse (y no parar) viendo este tipo de “alabanzas” hacia un compañero masón (que precisamente son los que no hacen las cosas a la luz pública). Sí que hay algo que hacen públicamente, y es corromper lo que hay de dignidad humana, y curiosamente en nombre de un humanismo altruista, que no es otra cosa que aplicar la demagogia en aquello que ha de ser inviolable para el hombre.

Así pues, “los grandes cambios sociopolíticos” van en la línea de lo que afecta a la familia, la vida, la enseñanza, etc., pero no para custodiarla o dignificarla, sino para manipularla hasta extremos inconcebibles e irreparables, ya que lo que ahora se destruye será muy difícil recuperarlo en generaciones… Lo hemos dicho en otras ocasiones: Dios perdona siempre, el hombre algunas veces, la naturaleza nunca. Cuando se favorece un laicismo radical que de manera sibilina (en ocasiones no tan veladamente) impone sus criterios, desde la mentira y el engaño, para destruir lo más sagrado del ser humano, entonces hay que preguntarse quién es el oscurantista y el reaccionario. La misión de la Iglesia es clara y sin tapujos. Lo dice hoy, en la carta a los Romanos, san Pablo: “Por Él hemos recibido este don y esta misión: hacer que todos los gentiles respondan a la fe, para gloria de su nombre. Entre ellos estáis también vosotros, llamados por Cristo Jesús”. Y esto no es para “usar” al hombre, sino para llevarlo a lo más grande, a aquello que lo dignifica plénamente: Dios, su creador, que le ama con amor infinito y misericordioso. No se trata de “deberle” nada a Dios, sino de buscar lo que nos hace auténticamente felices, porque todo lo que le da gloria a Él, redunda en beneficio nuestro… ¡siempre!

“Aquí hay uno que es más que Jonás”. ¡Sí!, es alguien superior a cualquier político o filántropo universal. Se trata de aquel que ha dado la vida por ti y por mí. Aquel que, anonadándose a Sí mismo, ha recuperado lo que nos pertenece y libera. Por mucha sonrisa y “talante” que algunos quieran mostrarnos, nunca será bandera alzada ante el mundo en la que resplandezca la verdad… Lo nuestro no es la connivencia con un secretismo de iniciados que, amparándose en el progreso del hombre, sólo buscan el interés personal y egoísta de sus idelogías mezquinas, sino anunciar al mundo entero que Cristo ha muerto y resucitado por amor… escándalo para unos (los que buscan exclusivamente la gloria humana: fama, dinero y poder), y necedad para otros (los que tienen el corazón puesto en las cosas que llevan a la muerte: aborto, eutanasia y libertinaje).

¡Mira a la Virgen!… Ella, esclava del Señor, es ahora Reina de Cielos y Tierra. Y ha llegado a esta dignidad, no porque fuera iniciada en ciencias ocultas a los demás hombres, sino porque dijo que sí al Amor de Dios desde la humildad de no reconocerse nada sin Él.