san Pablo a los Romanos 8, 1-11; Sal 23, 1-2. 3-4ab. 5-6 ; san Lucas 13, 1-9

En el Evangelio de hoy, San Lucas empieza contándonos unos hechos de “política local” podríamos decir, en los que el Señor no entra sino que va, como siempre, al alma de las personas porque lo que el Señor quiere de nosotros en todo momento es que seamos buenos, que demos fruto. Por eso ante aquellos acontecimientos, que no viene al caso aquí referir, termina diciendo el Señor: “¿pensáis que eran más culpables que los demás habitantes de Jerusalén? Os digo que no; y, si no os convertís, todos pereceréis de la misma manera.” Esto es lo importante en nuestras vidas: la conversión interior. No perecer.

No basta con ser cristianos, con pertenecer a la Iglesia Católica, con haber hecho la primera comunión o haberse casado por la Iglesia. O tener un “tío sacerdote”, o, como quizá habrás oído decir a algún marido: “yo no voy a misa y esas cosas, pero mi mujer reza por los dos”. No. Hay que vivir en cristiano todos los días, y cada uno de nosotros.

Digo esto porque el Señor a continuación de lo que hemos dicho, empieza a contar una parábola: “uno tenía una higuera plantada en su viña, y fue a buscar fruto en ella”. La higuera es suya, está dentro de su viña. Luego podemos decir que es una higuera querida, que le pertenece, que el dueño cuida de ella, una higuera a la que se le pide, por tanto, frutos. Pero, sigue el Evangelio, fue a coger fruto “y no lo encontró”.

Ante este hecho, el dueño de la higuera, dice: “»Ya ves: tres años llevo viniendo a buscar fruto en esta higuera, y no lo encuentro. Córtala. ¿Para qué va a ocupar terreno en balde?” No se puede decir que el Señor no tiene paciencia y que no sabe esperar: “tres años” lleva viniendo a buscar fruto. Esto también nos tiene que hacer pensar: el Señor es paciente y misericordioso, pero hay un día en que “se cumplen” los “tres años”, es decir, hay un día en que se termina aquel abuso, de Dios, de los demás.

Y, otro aspecto que podemos considerar, al que más directamente me quería referir hoy, es el del fruto: “y no lo encontró”. No encuentra fruto el Señor en tu vida. No dice el Señor que no tuviera raíces, tronco, ramas, hojas. Lo tenía todo; menos fruto. Y no cualquier fruto, sino higos, que es lo que se espera de las higueras. Así nosotros. No basta con estar en la Iglesia, como te decía al principio, es necesario dar fruto y no cualquier fruto, sino el fruto que se espera de cada uno, que puede ser distinto el fruto que deba de dar un sacerdote, que el de un hombre casado, el de un juez, que el de un músico o el de un albañil; pero fruto -eso sí que igual a todos- de santidad, de caridad, de ayuda a los demás, de un trabajo bien hecho, de comprensión, de perdón con los que quizá nos han ofendido.

Buen propósito de esta lectura del Evangelio de hoy puede ser revisar cómo está siendo nuestra conducta, que quizá no es mala, o, dicho de otra manera, una conducta que lo tiene todo bien, las raíces, el tronco y las ramas, pero examinaremos cómo son los frutos de santidad que estoy aportando yo a la Iglesia, Esposa de Cristo.