Éxodo 22, 20-26; Sal 17, 2-3a. 3bc-4. 47 y 5lab ; san Pablo a los Tesalonicenses 1, 5c-10; san Mateo 22,14-40

El Evangelio que en este domingo 30 del tiempo ordinario nos propone la Iglesia, recoge una enseñanza del Señor que podríamos denominar de las preferidas del Señor. Pasaje del Evangelio de Mateo 22, 14, que, lógicamente está ubicado en un domingo, donde la mayoría de la gente va a Misa, pues es preciso, necesario, no olvidar nunca esta enseñanza de la caridad, del amor. Porque es esencial a nuestra fe, y quien no lo tuviera claro, le faltaría el nervio central, el esqueleto que mantiene toda la estructura de lo que Dios quiere de nosotros en nuestra vida.

Un hombre va a preguntar al Señor una cuestión que a todos nos interesa; pues sabemos que en la vida hay muchas cosas que hacer desde que uno se levanta hasta que se acuesta. De todas esas cosas, cuales son las importantes: “Maestro ¿Cuál es el mandamiento principal de la Ley?”

Al contestar, otras veces, con frecuencia, empieza el Señor contando una parábola, dando un rodeo. En este caso, el Señor -da la impresión por la prontitud- que salta como un resorte, como quien estuviera todo el tiempo con deseo de que le preguntaran sobre eso precisamente: “Él le dijo: amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con todo tu ser.»

¡Cuántos problemas, cuantas cosas estarían en su sitio en nuestra vida si esta enseñanza la siguiéramos al pie de la letra! ¿Seguro? Sin duda, porque sigue el Señor: “este mandamiento es el principal y primero”. Concretando un poquito sería como decir, primero Dios: la Misa, la Eucaristía, hacer oración y oraciones, cumplir los mandamientos de la ley de Dios, sobre todo, los tres primeros, que son los a Él referidos principalmente.

Y, viene a continuación un hecho que podríamos calificar de un tanto insólito. Pues podría terminar aquí la intervención de Jesús, ya que ha contestado a la pregunta formulada. Pero no. Añade “de improviso”, el Señor: “El segundo es semejante a él: «Amarás a tu prójimo como a ti mismo.»

Sin que nadie se lo pregunte, el Señor añade este “segundo” y que es ¡asombrémonos! “semejante” a amar a Dios. Nosotros tenemos al prójimo muy mal tratado: pensamientos, trato con palabras o con obras, difamaciones, calumnias incluso, malas contestaciones, etc. actuar así es “semejante” a hacerlo con Dios. Y, digámoslo ahora en positivo para terminar: ayudar al prójimo, dar una limosna, sonreír, no gritarle, atender a tus padres, no maltratar a tus hijos, ser comprensivo con el otro cónyuge, no difamar o calumniar a los de tu trabajo, etc., es como -“semejante”- a si lo hicieras con Dios.