san Pablo a los Romanos 8, 26-30; Sal 12, 4-5. 6 ; san Lucas 13, 22-30

«Señor, ¿serán pocos los que se salven?» Esta es la pregunta que le hacen los discípulos al Señor y con la que se inicia el Evangelio de la Misa de hoy. Quizá incluso nosotros, cuando éramos más pequeños y antes de leer esta pregunta en el Evangelio, nos la habíamos formulado: ¿cómo será el cielo? ¿cómo será el infierno? (aunque esto último, si no nos enteramos nunca, mejor) ¿Cuántos se salvan? Y, por supuesto ¿yo me salvaré? Estas fueron de hecho las primeras preguntas que los tres pastorcitos de Fátima le hicieron a “la Señora” que se les apareció en el árbol la primera vez: Lucía fue preguntándole a la Virgen sobre los otros dos pastorcitos y por ella misma si irían al cielo. La Virgen, como ya es conocido, fue contestando que sí. Aunque al contestar sobre Francisco añadió, “pero antes tiene que rezar muchos rosarios”.

Esta es realmente la gran pregunta que queremos resolver y que debemos resolver precisamente en nuestro paso por la tierra. Por eso aunque parece que el Señor no quiere contestar a los apóstoles, sí que da una respuesta cuando les dice: “esforzaos en entrar por la puerta estrecha”

Lo importante es que luches, que te esfuerces, que pongas todos los medios para que esa “puerta estrecha” se abra al final de “tu” vida. Decía de “tu” vida, porque al final es uno y Dios, Dios y uno, quienes están cara a cara. Nuestros padres pueden ser santos, nuestros amigos, unos ángeles, si yo no me he “esforzado”, de poco me valdrá. Y, también podemos decirlo al revés, aunque uno se vea rodeado de un ambiente anticatólico o incluso ateo o pagano, si “tú” te “esfuerzas” por entrar por “la puerta estrecha”, la tranquilidad y la paz deben reinar en tu alma, porque si tú quieres la ayuda de Dios, nunca te va a faltar.

Efectivamente, hablaba, no hace nada, con una chica que estaba muy agobiada por un asunto profesional, de malos entendidos, quizá podrían malinterpretar la intención con la que ella había actuado, a pesar de que lo que le movía era una muy buena intención. Y con estos pensamientos se dijo para sus adentros: “ya verás como esta noche no voy a pegar ojo, la voy a pasar fatal por culpa de esto”. Y, de pronto, me comentaba, “aún me vino otro pensamiento más: ¿pero yo he hecho algo malo? Pero, aparte de lo que la gente piense o crea, ¿yo he tenido mala idea, o he procurado el mal a alguien o lo he hecho por escalar puestos o por ponerme por encima de alguna compañera? Y al ver que la respuesta era un no muy grande, me quedé muy tranquila y dormí muy bien”.

El Señor nos quiere quitar de la cabeza tantas preocupaciones que no van a ninguna parte aun siendo buenas, como por ejemplo esta de querer saber si son muchos o pocos los que se salvan. No. Cuando veamos que nuestra cabeza se va por pensamientos que nos distraen de lo que debemos hacer en cada momento, apartarlos, y “esforzarnos” -como nos anima el Señor en el Evangelio de la Misa de hoy– en hacer lo que tenemos que hacer en cada momento, porque ese es el medio para “pasar por la puerta estrecha”.