Sabiduría 6, 12-16 ; Sal 62, 2. 3-4. 5-6. 7-8 ; san Pablo a los Tesalonicenses 4, 13-18; san Mateo 25, 1-13

Es domingo. A los que no tenéis la suerte de ser sacerdotes se os presenta un día lleno de posibilidades. Cuántas personas dicen que este es “su día,” el día en que pueden hacer lo que les dé la gana, que muchas veces coincide con que les dé la gana no hacer nada. Otros se dedicarán a hacer alguna chapuza pendiente, a lavar el coche o a prepararse para el partido de fútbol de la tarde (algunos se concentran más que Roberto Carlos). Algunos dormirán lo que no descansaron la noche pasada, unos cuantos acudirán a su trabajo que no entiende de fiestas. Y relativamente pocos acudirán a la Iglesia para hacer de “su día” el día del Señor. Ante tal abanico de posibilidades siempre podemos sacar unos minutos para leer las lecturas que nos propone hoy la liturgia.
“El Reino de los Cielos se parecerá a diez doncellas que tomaron sus lámparas y salieron a esperar al esposo.” Las diez habrían recibido la invitación para el banquete, no nos cuenta el Evangelio que ninguna se “colase” de solapillo en aquella fiesta. La llamada de Dios es universal, también para el chico que está roncando en estos momentos en la cama y a la luz de la resaca está de un humor de perros. A todos nos invita el Señor a la celebración de esta boda, nadie puede excusarse pensando que esto no iba con él. Si no se ha enterado despiértale y avísale, tal vez se mosquee, pero a la larga te lo agradecerá.
Todas invitadas, pero cinco eran necias. El Señor no nos dice que fuesen despistadas o descuidadas, nos dice que eran tontas del bote, es decir: necias. “Se me ha olvidado ir a Misa,” me dicen a veces. El que dice eso no es despistado, es un bobalicón. ¿Acaso te has puesto el traje y has ido a trabajar? A que no. Pues ¿cómo se te ha “olvidado” ir al encuentro del Señor que te espera en la Eucaristía?.
¿Por qué eran necias? Me imagino que se tomaron la invitación a la boda con gran alegría, al igual que las sensatas, pero pensaron en lo bien que se lo iban a pasar, la de kilos que iban a coger y lo que iban a bailar, con barra libre incluida. Es decir, el esposo les daba igual, ellas iban a “pasárselo bien,” pero se olvidaban de por qué y por quién estaban invitadas. Son como aquellos que van a Misa pues quieren su propia salvación. Parece como si llevasen un cuadernillo y fuesen apuntando, para el día que se presenten ante el Señor decirle: “Tengo que ir al cielo, mira la de Misas que me he tragado.” Seguramente el Señor le haga tragarse el cuadernillo, hoja tras hoja.
No se va a Misa para ir al cielo, pero ir a Misa es como llegar al cielo. En la Eucaristía nos encontramos frente a frente con la sabiduría de Dios que “nos aborda benigna por los caminos y nos sale al paso en cada pensamiento.” La Misa no es para nuestro beneficio, aunque nos beneficiemos de ella, sino para la gloria de Dios. El Señor no nos dijo “hacer esto si queréis llegar al cielo,” sino “hacer esto en conmemoración mía.” Puede parecer una memez, o una cuestión de detalle, pero es muy diferente plantearse el ir a Misa a ver qué hago o ir a ver qué hace Dios. Cuando vamos a Misa “para nosotros” acabamos aburriéndonos y empezamos a inventar cosas que nos distraigan, empezamos a darle a esa “creatividad” que ha convertido tantas celebraciones de la eucaristía en galas de Eurovisión. Sin embargo cuando vamos a ver qué es lo que hace Dios nos encontramos ante el misterio insondable de su amor, nunca llegamos a descubrirla del todo y jamás nos harta. Cuando vamos a ver ese “espectáculo divino,” nunca se nos acaba el aceite de la lámpara, está siempre descubriendo la novedad de Dios, nos fascinaremos ante cada celebración como si fuese la primera, la única. Y cuando vamos vislumbrando lo que Dios hace aprendemos lo que nosotros podemos hacer y como llevarlo a cabo.
Pídele a la Virgen que nos enseñe a asistir a Misa y a celebrarla con cariño. Si vas descubriendo esto ¿seguro que tienes hoy alguna cosa más importante que hacer?.