Macabeos 7, 1. 20-31; Sal 16, 1. 5-6. 8 y 15 ; san Lucas 19, 11-28

A pocos días de la Solemnidad de Jesucristo Rey del Universo, el evangelio de hoy nos invita a meditar sobre la realeza de Cristo. La parábola es terrible. Hay un hombre que parte lejos (quizás Jesús que sube al cielo y que recibe del Padre todo poder sobre el cielo y la tierra, en su humanidad). Y dice que sus conciudadanos lo aborrecían (los hombres y, por qué no los cristianos de los que dice san Pablo son ciudadanos del cielo). Entre su partida y su retorno deja talentos (los dones de la gracia) para que sus servidores (nosotros) negocien con ellos.
Pero hay algo tremendo y es que algunos no quieren que Él reine. El Sagrado Corazón le prometió a santa Margarita: “Reinaré a pesar de mis enemigos”. Teniendo presente que todo el mensaje del Sagrado Corazón es de misericordia, podemos pensar que los enemigos del Corazón de Jesús son los que odian su amor. Nada más terrible que eso. En el siglo XIII san Francisco gritaba por los campos de la Umbría italiana: “El Amor no es amado”. Eso lo produce la indiferencia. Pero aquí se dice algo más fuerte y es que es rechazado y, además, con un componente social que no puede ignorarse. Como dijo Benedicto XVI en el inicio del último Sínodo: “han expulsado a Dios de la sociedad”.
En la parábola, pues, encontramos dos aspectos. Por una parte están los talentos recibidos y que hay que hacer rendir. El Catecismo recuerda que el Reino de Cristo no vendrá por un triunfo histórico de la Iglesia, sino por una irrupción de lo alto. Por decirlo así, será un exabrupto de misericordia. Pero eso no dispensa de hacer rendir los dones de la gracia. Por mucho que el mal se presente como invencible o que los enemigos de Dios parezcan disponer de más medios y más eficaces, no podemos tumbarnos a la bartola.
Los Obispos han llamado últimamente a los católicos a manifestarse a favor de la familia y de la libertad de educación. Eso no responde a un cálculo meramente humano, sino que brota como exigencia de los dones que Dios les ha encargado custodiar y acrecentar.
La primera lectura ilustra hasta donde puede llegar la lucha absurda contra Dios. Sabedores de que no pueden derrotarlo intentan que todos lo abandonen. Por eso martirizan a los siete hermanos. Es como si en su insensatez pensaran que si Dios se queda solo, sin nadie que le reconozca y ame, será así derrotado. No nos engañemos, es el deseo del demonio que contra la Soberanía de Dios alzó su “no quiero servir”. Esa parece ser la consigna de algunos gobernantes. No se entiende si no esa aversión a la libertad, a la Iglesia, al sacerdocio, a la familia…
El marco de la enseñanza de Jesús apunta también a trabajar en perspectiva escatológica. La esperanza es que el Señor volverá y que, en algún momento, se hará visible su victoria definitiva sobre la muerte. Esa esperanza es la que evita que nos desalentemos. Jesús reinará, pero ya lo hace en nosotros, que nos reconocemos humildes servidores suyos y no queremos sino corresponder lo mejor posible a tantas gracias como nos ha dado.