Daniel 2, 31-45; Drí 3, 57. 58. 59. 60. 61; san Lucas 21, 5-11

Durante los próximos días escucharmos en el evangelio textos de género apocalíptico. Jesús no era tremendista. Simplemente nos alerta sobre el final de los tiempos para que estemos dispuestos. Hay una enseñanza sobre el curso de la historia y su culminación y otra sobre como vivir cada uno de nosotros el tiempo presente.
Los momentos de crisis son caldo de cultivo propicio para que aparezcan personas que se arguyen autoridad divina. Son esos momentos también especialmente propensos a que muchos sigan al primero que pae arbolando una bandera de esperanza. La historia está llena de falsos profetas y pesudolíderes carismáticos que han arrastrado consigo a multitudes sedientas de verdad pero, al mismo tiempo, ingenuas o poco formdas en la fe. Retenemos en la retina los incidentes del rancho Waco en Texas, donde un grupo pereció después de un duro enfrentamiento con la policía. Se habían armado esperando la parusía. Tremendo.
La escena de hoy nos sitúa a Jesús ante el Templo de Jerusalén. Los exvotos y ofrendas de los fieles muestran la confianza en Dios. En ese momento de la historia todo iba bien. Se podía confiar en Dios y la esperanza mesiánica estaba muy arraigada. Quien más quien menos todos confiaban en que Dios les era propicio. Pero Jesús alerta: todo esto se hundirá, vendrán momentos difíciles que serán de prueba. Ojo entonces. Hay que estar alerta para no perder de vista a Jesús.
Esta escena me recuerda las grandes catástrofes en que las ultitudes huyen del desastre. En su carrera se buscan los unos a los otros con ansiedad, preguntan y no pueden dejar de cuidar de sí mismos porque la situación es desesperada. Pensemos en un terremoto, un tsunami o un gran atentado terrorista. En el caminar de la fe pueden pasar cosas semejantes. Hay momentos de sosiego, pero no faltan tampoco los de sufrimiento. Vamos a ellos. Porque es ahí donde se forja la fe. San Agustín, explicando el valor de la predicación, lo comparaba al vaso que forma el alfarero. Decía que el cristiano se modela con la predicación, pero se cuece (es decir, alcanza consistencia), con las dificultades de la vida diaria. Cuando la vivencia evangélica es probada entonces de consolida.
Hemos de reconocer nuestra dependencia de Dios y corresponder con el agradecimiento. Saber que Dios está con nosotros en todo momento. Hay que pertrecharse de la verdadera esperanza; confianza en Dios que hemos de vivir cada día, en la cotidianeidad. Así, cuando venga la noche oscura no dudaremos de que Dios está con nosotros. Tampoco caeremos en esa tentación de buscar certezas en otros sitios. Ahora, ante Jesús, nos damos cuenta de la tontería que son los horóscopòs, los que se dedican a tirar las cartas… Pero cuanta gente como nosotros no ha acabado en sitios como esos o peores cuando han tropezado con dificultades. Por eso, hemos de pedir fortaleza para mantenernos en la esperanza y también para saber confortar a los que pasan alguna prueba. No hay nada que temer si somos capaces de permanecer sobre el que es Señor de la historia.