Isaías 40, 1-5. 9-11; Sal 84, 9ab-10. 11-12. 13-14; san Pedro 3, 8-14; san Marcos 1,1-8
Acabo de terminar de leer un libro cuyo título es “666”. Su autor, Hugo Wast, católico convencido y padre de trece hijos, murió en los años sesenta del pasado siglo XX. Fue uno de los autores más leídos en su época, aunque ahora se cierne sobre él un silencio más que sospechoso. ¡Digámoslo claramente!: era un personaje políticamente incorrecto. Luchó para que en su país (Argentina), volviera a reimplantarse la enseñanza religiosa en las escuelas, pues había sido suprimida por influencia de los masones un siglo antes… enfermo, murió rezando el rosario acompañado de su mujer.
En “666”, situado más allá del año 2000, reina el Anticristo: el hombre más hermoso que haya nacido de mujer, quien persigue con hipocresías a la Iglesia y pretende hacer elegir Papa a un mal sacerdote. Yo no sé si en la actualidad convive con nosotros el Anticristo, pero sí que puedo asegurar (sin ánimo de ser catastrofista) que la cosa no huele muy bien. Es cierto que el Señor nunca reveló la llegada del fin del mundo, pero sí que nos dijo que estuviéramos atentos a los signos de los tiempos. “¡Claro (me dirá alguno), así cualquiera!… con semejante indefinición se puede interpretar cualquier cosa. ¡Son necesarios datos más concretos!”.
En la carta que san Pedro nos dirige hoy, dice: “El Señor no tarda en cumplir su promesa, como creen algunos. Lo que ocurre es que tiene mucha paciencia con vosotros, porque no quiere que nadie perezca, sino que todos se conviertan. El día del Señor llegará como un ladrón”. El Apóstol combina la inexorable llegada del fin del mundo, junto con la infinita misericordia de Dios. Creo que el mensaje que intenta darnos es el de perseverar en la fidelidad a Dios… ¡pase lo que pase! En último término, me atrevería a decirte: ¡Nunca pasa nada! y, si pasa, ¿qué pasa?… ¡Nada! Esta es la manera como la han vivido los santos, es decir, abandonándose sin miedo en las manos de Dios. Es el consejo que nos da el propio san Pedro: “Por tanto, queridos hermanos, mientras esperáis estos acontecimientos, procurad que Dios os encuentre en paz con él, inmaculados e irreprochables”.
Sí, creo que vendrá el Anticristo (lo profetizó el mismo Jesucristo), pero si sera “así” o “asá”, ¡no tengo ni idea!. Y, si me apuras, ni me importa. ¿Por qué?… simplemente, porque me convencen más las palabras de Juan el Bautista en el Evangelio de hoy: “Detrás de mí viene el que puede más que yo, y yo no merezco agacharme para desatarle las sandalias”. Tengo más confianza en el poder de Cristo (que ha dado su vida por mí), que en un “patán” vestido de “luz”, por muchas “rebajas” que me ofrezca. ¿No es esta, precisamente, la actitud de muchos de esos vendedores de ilusiones en nuestros días?: amor a la carta, muerte a bajo precio, facilidades para abortar la vida, educación sin exigencias, abolición de las familias… Todo un panorama que, ¡ya me río yo del mejor de los anticristos!
Ahora bien, tampoco nos pide el Señor que vayamos por la vida como el Bautista, que iba vestido de piel de camello, con una correa de cuero a la cintura, y se alimentaba de saltamontes y miel silvestre… Creo, más bien, que en este Adviento, anuncio de la Navidad, hemos de poner un solo “cartel publicitario”: ¡Ser sembradores de normalidad! Aunque, ya te advierto, que no va a ser tan sencillo como parece, pues, para ello, hemos de poner todas nuestras ganas en Cristo, es decir, confiar plenamene en Él.
Te aseguro que yendo de la mano de María, Nuestra Madre, ese propósito será más llevadero. Si en algo se destacó la Virgen fue, fundamentalmente, por su “exagerada” normalidad… Por cierto, te animo a que leas “666”; siempre será un buen antídoto (a pesar de su escalofriante relato) para volver, una y otra vez, a lo esencial: Amar a Dios, sembrando esperanza y alegría a nuestro alrededor.