Isaías 48, 17-19; Sal 1, l-2.3.4 y 6 ; san Mateo 11, 16-19

Hace unos días, y con motivo de un encuentro con obispos de Latinoamérica, Benedicto XVI hacía las siguientes declaraciones: “Hoy es preciso anunciar con renovado entusiasmo que el evangelio de la familia es un camino de realización humana y espiritual”. Estas palabras del Papa me recordaban aquellas otras de Juan Pablo II, en las que, con emoción y energía, imploraba a la humanidad un reconocimiento de su dignidad para recuperar el bien común que le era originario. Para ello el papel de la familia resulta esencial, pues se trata de la primera célula de la sociedad en donde el hombre encuentra su verdadera realización. Y por mucho que algunos se empeñen en apartar a Dios de ese bien común universal, Él nunca cejará en recordarnos para qué nos ha creado: “Yo, el Señor, tu Dios, te enseño para tu bien, te guío por el camino que sigues”.

En el Adviento se nos muestra a una familia, la de Nazaret, que atendiendo al plan de Dios, se convertirá en modelo para cualquier familia de la humanidad. Tal y como nos dice el Santo Padre, cualquier matrimonio podrá aprender de ellos el llevar a cabo “el amor y la entrega total de los esposos, con sus notas peculiares de exclusividad, fidelidad, permanencia en el tiempo y apertura a la vida”. No se trata de ir contra el progreso, como algunos acusan, sino de favorecer lo que es connatural con la condición humana. La única manera de entender qué es lo mejor para el hombre, es respetar el único propósito del mismo Dios sobre él, tal y como nos dice Benedicto XVI: “De ahí que los políticos y legisladores, como servidores del bien social, tienen el deber de defender el derecho fundamental a la vida, fruto del amor de Dios”. También el Cardenal Rouco, Arzobispo de Madrid, en tono enérgico realizaba una llamada de atención, con motivo de la Vigilia de la Inmaculada, apelando a un verdadero respeto a la educación de los hijos: “¡Cuánto cuesta reconocer que el sistema educativo ha de concebirse y de estructurarse en correspondencia con las legítimas demandas de los padres de familia y sus derechos, a los que han de subordinarse otros intereses, cualesquiera que sean, incluso los políticos!”.

Todo esto, de ninguna de las maneras, es actuar contra el interés de las mayorías, todo lo contrario. Se trata de emplear el sentido común como valor primordial del actuar de cada hombre y mujer en nuestra sociedad. ¡Nada es contrario a lo que en esencia nos corresponde como derecho inviolable y sagrado! Por eso, el Papa apelaba a la responsabilidad de los pastores para llevar a cabo esa concienciación social: “la de presentar en toda su riqueza el valor extraordinario del matrimonio que, como institución natural, es ‘patrimonio de la humanidad’”.

“¿A quién se parece esta generación? Se parece a los niños sentados en la plaza, que gritan a otros: ‘Hemos tocado la flauta, y no habéis bailado; hemos cantado lamentaciones, y no habéis llorado’”. Este reproche del Señor en el Evangelio de hoy puede ser una llamada de atención a tantos que, de una manera u otra, se sienten insatisfechos, no por lo que Dios les anima a realizar, sino porque sus propias vidas carecen de la madurez necesaria para llevar a cabo lo que les corresponde. Fijémonos en María, la Inmaculada, que con su sencillez nos enseña a cumplir con generosidad y entrega aquello que más nos dignifica y nos lleva a Dios.