Isaías 45 y 6b-8. 18. 21b-25 ; Sal 84, 9ab-10. 11-12. 13-14; san Lucas 7, 19-23

Seguimos avanzando en el adviento. A muchos esta espera les parecerá inútil (seguramente lo dirá aquel que espera que le toque la lotería, el muy iluso). Pero es necesario acostumbrarse a esperar y tenemos que aprender a esperar.
“Juan, el Bautista, nos ha mandado a preguntarte: ¿Eres tú el que ha de venir, o tenemos que esperar a otro?” Siempre me ha fascinado esta pregunta. Juan Bautista había gastado su vida anunciando a aquel que venía detrás de él. Nosotros, que leemos el evangelio dos mil años después, sabemos que era Jesús. Pero Juan Bautista no lo sabía. Como Abraham se fió de Dios y salió de su casa, Juan Bautista confía en el Señor y se dedica a predicar en el desierto. Espera -sabía y por eso sabía esperar- que el Señor no le defraudaría. No sabía si era Jesús o “Perico el de los palotes,” pero esperaba cercana la salvación de Dios.
Y nosotros nos dedicamos a pedir pruebas. Antes de fiarnos de Dios le pedimos que nos asegure, reasegure y, si es posible, firme por triplicado un contrato. Antes de abandonarnos a las mociones del Espíritu Santo tenemos que asegurarlo todo mil veces y seguimos con cuarenta temores y miedos. ¡Fiémonos de Dios!. Cuantos cristianos han perdido su camino por timoratos y cobardes.
“No hay otro Dios fuera de mí. Yo soy un Dios justo y salvador.” Si decimos de verdad estas palabras tenemos que quitar de nosotros toda “cautela humana.” ¿De quién te vas a fiar si no es del único Dios? ¿Del banco? ¿De los políticos? ¿De ti mismo? No, esperemos en el Señor y que sea una espera activa, responsable, de un hombre o una mujer de fe.
Juan Bautista no vio con los ojos de la carne la resurrección, nunca supo cómo pensaba Cristo redimir al mundo, ni tan siquiera pidió explicaciones. Pero el Señor se las dio: ld a anunciar a Juan lo que habéis visto y oído: los ciegos ven, los inválidos andan, los leprosos quedan limpios, los sordos oyen, los muertos resucitan, y a los pobres se les anuncia el Evangelio. Y dichoso el que no se escandalice de mí.” No le promete el Señor una larga vida, ni fortuna, ni que se libraría de las desgracias personales. Simplemente le anuncia el día de Gracia del Señor, y eso le basta.
A veces uno puede preguntarse “¿Qué hago yo en esta vida?” Pues si haces lo que Dios quiere, no te preocupes. Si te parece que te estás dejando la garganta de gritar en el desierto y nadie te escucha, si te parece que estás perdiendo inútilmente tu vida sin sentido, si te tientan otras posibilidades, tal vez más cómodas y aparentemente más provechosas, pero estás haciendo lo que Dios quiere; no te preocupes. Ponte en manos de Dios y Él que es el “autor de la paz” te dará la paz que pide tu corazón.
La Virgen vio crecer en sus entrañas el fruto del Espíritu Santo, y constataba que a su alrededor nadie se enteraba. Pídele a ella que te conceda la luz del Espíritu Santo para descubrir todo lo bueno que está Dios haciendo a tu alrededor, todo lo bueno que está haciendo por ti (aunque no nos enteremos).