Isaías 56, 1-3a. 6-8; Sal 66, 2-3. 5. 7-8; san Juan 5,33-36

Estamos en la época de los para qué. A veces me preguntan jóvenes (y no tan jóvenes): ¿Para qué ir a Misa? ¿Para qué rezar?. Les parece mucho más útil dedicar su tiempo a otras cosas (o no dedicarlo a nada y perderlo miserablemente sentados en un banco de la calle alrededor de una cerveza). Ahora tenemos tantas “innovaciones tecnológicas” de esas que muchas veces nos preguntamos para qué valen las cosas. Sin duda hay cosas que no sirven para nada (muchos de los regalos que hacemos en las próximas fiestas), pero hay algunas cosas que son útiles y otras son imprescindibles.
Las imprescindibles no suelen ser cosas materiales, aparte de algo de alimento y bebida. Pero cultivar el espíritu, el dar sentido a la vida que tenemos, el aprender a amar y ser amado, el vivir en paz -cosas que no se pueden envolver en papel de regalo-, son imprescindibles.
“Si digo esto es para que vosotros os salvéis.” Mientras esperamos al Señor que viene y vendrá, escuchamos hoy estas palabras, centrales en toda la Biblia. El Señor viene a salvarnos. No le hace falta el testimonio de ningún hombre, no le hace falta el consenso de la humanidad para decidir si queremos o no ser salvados. Lo cierto es que el hombre necesitaba (y necesita), la salvación. Sin Cristo a los hombres les falta lo imprescindible. Muchas veces se habla de los cristianos como si tuviésemos una afición, un hobby. Nos puede gustar Cristo como gustarnos el Villarreal Club de Fútbol. Pero no es así. Al igual que al hombre no quiere comer pensamos que está enfermo y, si persiste en su actitud, puede acarrearle la muerte, al igual todos la humanidad está necesitada de Cristo, aunque la falta de fe se haya convertido en una pandemia mundial.
La encarnación de Cristo no fue un acontecimiento para sus amigos o simplemente para algunos escogidos. Es para todos: “No diga el extranjero que se ha dado al Señor: «El Señor me excluirá de su pueblo» A los extranjeros que se han dado al Señor, para servirlo, para amar el nombre del Señor y ser sus servidores, que guardan el sábado sin profanarlo y perseveran en mi alianza, los traeré a mi monte santo, los alegraré en mi casa de oración, aceptaré sobre mi altar sus holocaustos y sacrificios; porque mi casa es casa de oración, y así la llamarán todos los pueblos.” No podemos vivir como un club cerrado, o como un ghetto vuelto sobre sí mismo. Tal vez te hayas devanado los sesos pensando qué regalarle a tu marido, a tus hijos, a ese compañero de trabajo o al amigo de toda la vida. Además de algo material, que seguro que le gusta, pero que es superfluo, ¿has pensado en regalarle un poco de esperanza, una palabra de vida que le ayude a volverse hacia Dios?. ¿Por qué no le invitas a hacer una buena confesión, a regularizar su situación matrimonial, a asistir a Misa el domingo? Seguro que te lo agradecerá.
“Guardad el derecho, practicad la justicia, que mi salvación está para llegar, y se va a revelar mi victoria.” Que nadie se pueda encontrar estos días repleto de cosas inútiles, de papeles de colores, pero sin la paz que nace de la verdad de la salvación de Cristo. María, nuestra Madre, sabe bien el precio de ese regalo, pídele a ella que te ayude a distribuirlo en tu entorno.