Jueces 13, 2-7. 24-25a; Sal 70, 3-4a. 5-6ab. 16-17; san Lucas 1, 5-25

La tarde de hoy, Dios mediante, me operan del oído. Es una intervención sencilla pero los médicos te mandan hacerte todo tipo de pruebas (corazón, análisis, placas, etc.), para que todo salga bien. Si ponemos tanto cuidado en preparar el cuerpo para las operaciones quirúrgicas, cuánto mas cuidado tendríamos que poner en preparar el alma, toda nuestra vida, para las “operaciones” espirituales. Quedan seis días para celebrar la Navidad y no deberíamos llegar a este día sin la preparación adecuada.

“Irá delante del Señor, con el espíritu y poder de Elías, para convertir los corazones de los padres hacia los hijos, y a los desobedientes, a la sensatez de los justos, preparando para el Señor un pueblo bien dispuesto.” Así anuncia el ángel Gabriel a Zacarías la labor que tendrá que realizar Juan Bautista. Hoy podríamos decir que todos tenemos esa tarea de Juan Bautista: convertir los corazones. Sobre la Navidad se escriben y se dicen las cosas más sublimes y las mayores tonterías del mundo. Mucha gente vive unos días “sin sentido” pues han apartado a Dios de la Navidad. Se vive una alegría sin razón, una fiesta ficticia de pandereta y turrón. Pero tenemos que preparar un pueblo “bien dispuesto” que redescubra el sentido auténtico de la encarnación del Señor y le de gracias sin cesar.

Estos días tenemos que poner el Belén, colocar las figuras del nacimiento. Aunque seguramente lo hagamos con cariño y con cierta “rutina” deberíamos tener la ilusión de los niños que lo preparan como si fuera el único del mundo. Pero también, en los momentos de oración que tengamos delante del misterio, deberíamos quedarnos como Zacarías que “se sobresaltó y quedó sobrecogido de temor” ante la aparición del ángel. No es para menos. Ese misterio que colocamos en nuestras casa y en nuestras parroquias, es el Misterio de la fe. Dios irrumpe en la historia en la debilidad de un niño pequeño, de un bebe. Debería darnos miedo un Dios que nos quiere tanto.

Al igual que el médico me prohíbe comer hoy, para preparar el cuerpo para la anestesia, deberíamos dedicar esta última semana de Adviento a preparar el corazón para la Navidad. Ante la sorpresa de Dios que se hace niño puede pasar que no nos enteremos de nada o, que nos demos cuenta de la grandeza de este día y -si no nos hemos preparado bien-, suframos un “shock” espiritual. Al igual que la mujer de Manoj tiene que prepararse al nacimiento de Sansón, nosotros tenemos que prepararnos para el día de Navidad. Entre tanto adorno, bombillas de colores y villancicos puede parecer que plantarse unos días de mortificación y austeridad está fuera de lugar. Sin embargo, si no nos lo planteamos no nos puede pasar desapercibida la sed de Dios que tenemos en nuestro corazón y saciemos nuestra sed sólo con cava. El privarnos de algunas cosas nos ayudará a quitar de nuestro corazón y de nuestros labios muchas tonterías y favorecerá el que “mi boca esté llena de tu alabanza y cante tu gloria.”

Vivamos estos días con la tensión con que María y José caminarían hacia Belén, preocupados no por su propio bienestar, sino el del niño que va a nacer. Tenemos que preparar nuestro entorno a que estos días no sean días de fiesta sin sentido, sino la fiesta del Señor. Que el niño Dios sea el centro de estos días.