Samuel 7,1-5.8b-12.14a.16; Sal 88, 2-14-5. 27 y 29 ; san Lucas 1,67-79

Ayer estaba predicando en mi parroquia, yo creía que apasionadamente, hablaba de despertar y vivir la Navidad de una forma nueva, cuando un feligrés del primer banco se puso a roncar. En una parroquia grande tal vez esto pase desapercibido, pero en mi parroquia el primer banco está a escasamente un metro del ambón, y roncaba más alto de lo que yo hablaba. Que este buen feligrés, de Misa diaria, sea sordo como una tapia no es excusa para que le provoque mi predicación tal estado de bienestar. Muchos de mis feligreses son gente mayor y no sé si a veces me entienden lo que quiero transmitir. Son personas humildes, piadosas, sencillas y, en la mayoría de los casos, con más finura espiritual que yo. No usan Internet, ni leen estos comentarios, tienen una piedad recia que ha superado todos los vientos de crisis, y a todos los sacerdotes que han pasado en su vida. De estos grandes pequeños es la Navidad que esta noche celebraremos. Muchos de ellos (ellas, más bien), cenarán frugalmente, cuidando a su marido o “aguantando” a sus nietos.
“Ve y dile a mi siervo David: «Esto dice el Señor: ¿Eres tú quien me va a construir una casa para que habite en ella? Yo te saqué de los apriscos, de andar tras las ovejas, para que fueras jefe de mi pueblo Israel.” ¡Qué bueno es recordar quienes somos, no lo que los demás quieren que seamos!. Cuando esta medianoche se entone en las iglesias el canto del “gloria a Dios en los cielos,” no lo entonarán las gargantas de los poderosos, ni se impondrá desde los medios de comunicación social, ni nos echaremos incienso unos a otros. No, lo entonarán los sencillos, los que reconocemos nuestra nada y, tantas veces, nuestro despiste y nuestro sueño. Son esas almas piadosas de mayores, niños o jóvenes, de ricos y pobres, las que hacen que la Iglesia siga adelante, que el Espíritu Santo siga concediéndonos frutos de conversión y de buenas obras.
Como Zacarías podemos decir “Bendito sea el Señor, Dios de Israel, porque ha visitado y redimido a su pueblo,” pueblo sencillo, humilde y muchas veces escondido, pero que “le sirve en su presencia todos sus días.” Las personas piadosas, que muchas veces pasan desapercibidas en nuestros proyectos, líneas de acción prioritarias y organizaciones, son los indicadores que Dios nos pone “para guiar nuestros pasos por el camino de la paz.”
¿Cómo no descubrir la “entrañable misericordia de nuestro Dios” en esa elección? Herodes no llegará esta noche al portal de Belén, se quedará en su palacio esperando noticias. Con Jesús, María y José estarán los piadosos, los que a pesar de su pequeñez han sabido escuchar el anuncio de los ángeles, fijarse en el brillo de la estrella, escuchar la voz de Dios. Muchos, esta noche hace más de dos mil años, se darían de codazos e incluso sobornarían a los taberneros para encontrar un jergón donde pasar la noche, y se jactarían de su suerte o de su dinero. Pero a la historia, hasta el día de hoy, han pasado los pastorcillos, los magos de oriente, los que se acercaron a estar con Dios. Hoy, esta noche, no descubrirás a Dios en una opípara cena (aunque espero que todos podáis cenar bien y en familia), sino en reconciliarte con Dios, en escuchar su voz que no mira tus títulos ni tu cartera, sino tu corazón. Esta noche, siempre, tenemos que volvernos personas piadosas que, aunque desapercibidas para el resto del mundo, están -a pesar del frío o la incomodidad-, contemplando el nacimiento del niño Dios. No importa que nos durmamos y ronquemos más que el buey, lo importante es que estemos.
Si todavía no lo has hecho, prepárate hoy una buena confesión, abandona la comodidad y los miedos de tu alma y date cuenta de que Dios viene “Para concedernos que, libres de temor, arrancados de la mano de los enemigos, le sirvamos con santidad y justicia, en su presencia, todos nuestros días.”
Santa María y San José están ya llegando al portal, no dejes que pasen a tu lado sin verles y seguirles.