Samuel 9, 1 4. 17 19; 10, 1a; Sal 20, 2 3. 4 5. 6 7 ; ; san Marcos 2, 13-17

He estado en Roma estos días pasados, y me ocurrió un hecho singular. Estando cerca de la Plaza de San Pedro, me encontraba esperando a un sacerdote, y como la espera se hacía larga encendí un cigarrillo. Cuál fue mi sorpresa cuando un pobre, desaliñado y miserablemente vestido, se me acercó y, entre improperios e insultos, se me puso de rodillas. No entendía nada. Incluso me agarró del abrigo cuando intenté desembarazarme de él. Al final entendí lo que quería. Me estaba convenciendo para que dejara de fumar. Le resultaba indigno, por su parte, ver a un sacerdote fumando… ¿Se estaba preocupando realmente por mi salud, o formaba parte de un complot antitabaco? Pienso, más bien, que no estaba en su sano juicio, pero me ha hecho reflexionar.

Creo que esto de dejar de fumar se está convertiendo en un verdadero azote en toda Europa (no sé si en el resto del mundo), y da la impresión de que la desproporción es bastante acusada cuando uno observa problemas de un calado mucho mayor a los que se les resta importancia. No veo a nadie insultando en la calle cuando encontramos a un matrimonio sin hijos, o ante las publicidades anticonceptivas, o por la falta de anuncios en hospitales donde se diga: “Se prohíbe abortar”. No estoy, con ello, justificando mi vicio al tabaco, que considero no es lo mejor para la salud, pero sí me sorprende la serie de condicionamientos sociales que nos van imponiendo, relativizando otros que, según nuestros jefes políticos, pertenecen al ámbito de la conciencia… o, peor aún, a la falta de tolerancia.

Jesús, en el Evangelio de hoy, no se anda con “chiquitas”, y cuando pasa junto al publicano Leví (el futuro Mateo) le dice sin tapujos. “Sígueme”. Si alguien fuera por la calle, hoy día, dando este testimonio, en nombre del Evangelio, pasaría por un “fundamentalista” o un manipulador. En cambio, cuando se trata de introducir al ciudadano “medio” en otros hábitos sociales (proabortista, a favor de los “matrimonios” de homosexuales, etc.) aquel que no los cumpla es un enemigo de las libertades y de la tolerancia… ¿Quién entiende esto?

De todas formas, sabemos cuál fue la acusación que dirigieron los escribas contra el Señor: “¡De modo que come con publicanos y pecadores!”. Muchos nunca van a estar conformes con la verdad, por muy objetiva que ésta sea, si va contra sus intereses. Hemos convertido al utilitarismo en referencia de comportamiento, y a la mentira como instrumento embaucador. Se ha construido una nueva moral que, mofándose de la doctrina cristiana, pretende construir a un hombre ideal. Tal y como leía recientemente en un artículo del que fuera cardenal Ratzinger: “El hombre ya no es otra cosa que imagen del hombre. Pero, ¿de qué hombre?”. Efectivamente, cuando el ser humano ha dejado de configurar su dignidad respecto a su semejanza con el Creador, entonces hay que inventar otros “medidores” de verdad. Lo curioso, tal y como volvía a señalar el que es en la actualidad Benedicto XVI, es que “el relativismo, que constituye el punto de partida de esta nueva situación, se convierte en un dogmatismo”. Creo que más claro sólo nos queda el agua.

No sé si dejaré de fumar, pero sí me voy a empeñar por ayudar, con mi sacerdocio, a aquellos que lo necesiten, no por un imperativo de la razón, sino por amor a Dios. Jesús lo dice con otras palabras en el Evangelio de hoy: “No necesitan médico los sanos, sino los enfermos. No he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores”. María, nuestra Madre, es refugio de los pecadores, y si acudimos a ella nos llevará al perdón de su Hijo.