Samuel 1, 1 4. 11 12. 19. 23-27; Sal 79, 2 3. 5 7 ; san Marcos 3, 20-21;

Me comentaba mi amigo Alfonso que yendo a Ávila, hace unos días, estrenó su GPS. Explicaba cómo programó una dirección concreta y que, en un momento dado, la voz que salía de la pequeña pantalla le decía: “Gire a la derecha”. Él no hizo caso y continuó. Al cabo de un rato volvió a repetir: “Gire a la derecha”. De nuevo desoyó la orden del GPS, hasta que, de manera un tanto imperativa, oyó: “Cambie de sentido”. Por fin obedeció la “sugerencia”, y llegó a su destino. La analogía que mi amigo encontró fue evidente. Todos tenemos un GPS (la conciencia) que, cuando la obviamos, iremos por una dirección incorrecta. También es cierto que cuando el GPS no es lo suficientemente bueno (tener la conciencia mal formada) nos puede llevar por un camino erróneo. Y, por último, puede ser que no tengamos GPS (los que han adormecido su conciencia), y les da igual ir por cualquier sitio…. es decir, los que no van a ninguna parte, y, al fin, andan perdidos y sin sentido en la vida.

Reconozco mi “debilidad” por las nuevas tecnologías, y, por tanto, el ejemplo es, sin más, una mera parábola, sin que intente animar a todos para adquirir un GPS. Sin embargo, en el salmo de hoy podemos leer: “Pastor de Israel, escucha, tú que guias a José como a un rebaño”. Así pues, Dios fue (analógicamente, por supuesto) el primer GPS de la historia de la humanidad. De hecho, la conciencia es el gran eco de Dios que todos tenemos. ¡Qué importante es saber escuchar a Aquel que verdaderamente nos guiará a un puerto seguro! Y, desde luego, que para nada tiene que ver esto con estar privados de libertad. Mi amigo Alfonso, que tantas ganas tenía de ir a ese lugar de Ávila, no lo hubiera conseguido si no hubiera hecho caso al GPS. Es más, ha ganado en libertad, pues ha podido conocer algo que verdaderamente quería.

¡Cuánto ganaríamos si dejáramos a Dios actuar en nuestra conciencia! Sí, porque no sólo hace falta tener conciencia, sino que ha de estar formada en extremo. Dios no es un “canuto” que nos hace tener estrechez de miras, renunciando a aquello que nos hace más humanos y más verdaderos. Dios, por el contrario, es el único capaz de desbordar el caudal infinito de mis ansias de felicidad y hacerlas presentes, aquí, en el mundo, y en la eternidad.

Y hablando de las nuevas tecnologías, resulta curioso observar toda esa adicción que se despierta hoy en nuestros jóvenes (y en los no tan jóvenes), con esos juegos informáticos y de consolas que te prometen ser el “dueño” de estrategias, guerras, nuevos mundos, etc., pero que, en realidad, no son otra cosa (cuando se va más allá de la pura diversión, y se convierte en una droga), que una manipulación de conductas, y que por muchas “infinitas” posibilidades que a uno le prometan, siempre se moverá en un círculo cerrado (aquel que programó y diseñó el “jueguecito”), pues el hombre, por mucho que quiera, nunca podrá suplantar la voluntad de Dios.

¿Vamos a sustituir a Dios por caprichos humanos? Dejemos que Él sea el GPS de nuestra conciencia para adentramos en la aventura de la eternidad. Es cierto que en esta vida, para llegar a la felicidad sin fin, habremos de abrazar unas cuantas “cruces”, pero si Él lo quiso así (fue el primero en morir en la Cruz), será porque aún no hemos captado el lenguaje de lo Infinito… Busca la luz de la Virgen, “Estrella de Oriente”, y verás que fácil resulta el camino.