Samuel 5, 1 7. 10; Sal 88, 20. 21 -22. 25- 26 ; san Marcos 3, 22-30

Cada día que me toca dar cursillos prematrimoniales es una prueba de fe. Se dirá que hay muchos sacramentos en crisis, pero creo que tal vez el matrimonio (como consecuencia de otras crisis sacramentales anteriores), está en una profunda crisis. A más del noventa por ciento de las parejas que hacen estos cursillos, al menos en mi zona, les trae al “pairo” la fe, la Iglesia, el sacramento y, por supuesto, Jesucristo. No lo dirán explícitamente, pero Cristo en su boda pinta tanto como un payaso en un velatorio. Parece que digan como los jebuseos a David: “No entrarás aquí. Te rechazarán los ciegos y los cojos.” Lo que más me fastidia es que a veces te lo dicen con una sonrisa de superioridad, como perdonándote la vida, y pensando ¿en qué mundo vive el curilla este?. Así está el ambiente de rechazo a Cristo, si no explícito sí con la forma de actuar y de plantearse hasta los momentos más importantes en la vida.
“En aquel tiempo, los escribas que habían bajado de Jerusalén decían: “Tiene dentro a Belzebú y expulsa a los demonios con el poder del jefe de los demonios.” Él los invitó a acercarse .” Entre las muchas cosas que me asombran del Señor es su manera de afrontar los problemas. Sería mucho más fácil que los cristianos “convencidos” nos retirásemos a nuestros aposentos, viviésemos nuestra vida y, a los demás, que les den morcillas. Cuando alguien nos critica o saca a relucir algún defecto nuestro, en seguida intentamos buscar un defecto suyo mayor, lo apartamos de nuestra vida y le criticamos entre todos nuestros amigos, parientes, conocidos y, a ser posible, desconocidos. Sin embargo, el Señor, que conocía el corazón de cada uno de esos escribas, que podía haber dicho punto por punto, detalle tras detalle, toda la miseria, hasta la más escondida, del corazón de aquellos hombres, ¡les invita a acercarse!.
Así es nuestro Dios, así tiene que ser la Iglesia y así deberíamos ser cada cristiano. No escurrir el bulto, ni buscar la división. Acercarnos a todos, hasta los que nos miran desde la atalaya de su superioridad y con sonrisa benevolente. Invitarles a acercarse a la Iglesia y descubrir la maravillosa noticia de la misericordia de Dios con los hombres.
La “blasfemia contra el Espíritu Santo” tiene dos caras. Los que no quieren acercarse a Dios, pues desconfían de Él y creen que nunca les podrá perdonar, y la de del que no quiere acercar a los demás a Dios, pues piensa que Dios no los querrá jamás. Estos segundos son los que justifican su falta de afán apostólico con la excusa de que los tiempos están muy difíciles, que los corazones de los hombres son muy duros o porque ya se han llevado demasiados desengaños. ¡No!. No te desesperes, sigue sembrando a tiempo y a destiempo, a diestra y siniestra. Puedes pensar que la batalla está perdida, pero es Satanás el que está perdido, pues sólo le mueve el odio, el rencor, la mentira y “un reino en guerra civil no puede subsistir; una familia dividida no puede subsistir.”
Cada cristiano está llamado a conquistar el mundo para Cristo, como David conquistó el alcázar de Sión. Tuvo que meterse por las alcantarillas, agacharse ante la estrechez del paso, meterse en el agua sucia hasta el cuello, pero conquistó la ciudad. A ti no te importe que lo que te rodee sea como un estercolero, la unión a tu Madre la Virgen no permitirá que te manches en absoluto. Anuncia a Cristo y luego deja que el Espíritu Santo actúe. Aunque le hayan rechazado antes, Él insiste.