Samuel 6, 12b 15. 17-19; Sal 23, 7. 8. 9. 10 ; san Marcos 3, 31-35

Seguimos a vueltas con los novios. El tema da mucho de sí, pues a fin de cuentas es hablar de amor y hablar de amor es hablar de Dios. Sin duda uno de los temas más discutidos es el de la paternidad responsable. ¿Cuántos hijos hay que tener?. Algunos, casados o no, piensan que con un par de hijos ya han cumplido (gracias a Dios mis padres no pensaban lo mismo, pues soy el sexto de siete). Es curioso como metemos el raciocinio en el amor. Pienso que es incompatible unir las palabras “amar” y “cumplir.” El que cumple no ama. El amor, por sí mismo, no tiene límites, no dice basta, no se detiene ni se cansa. El que cree que ha cumplido con el amor es que nunca ha amado. Pero a quien tiene más de dos hijos se le tilda de loco, de inconsciente e irresponsable. Pues, ¡bendita locura!.
“E iba danzando ante el Señor con todo entusiasmo, vestido sólo con un roquete de lino.” Así marchaba David delante del arca. No le importaron la crítica, ni guardar su imagen, ni lo que pensasen de él. A quien no se ha entusiasmado nunca con Dios, a quien no ha hecho un poco el loco por el Señor, le parecerá ridículo y absurdo. A veces preferimos ser como los monumentos egipcios, hieráticos, inamovibles e inalterables. ¿Hace cuanto que no te ríes con Dios?. Mucha gente se enfada con Dios, pero pocos nos reímos con Él. ¿Cómo permanecer inconmovibles ante el Sagrario? ¿Cómo no emocionarse al tener al mismo Dios en tus manos y en tu pecho en cada Eucaristía?. A veces los cristianos hemos perdido la pasión, hablamos de un amor caduco, frío, enlatado, que a veces no llega ni a afecto. Tenemos que volver a entusiasmarnos con Dios, a cantarle, a bailarle y a anunciarle sin miedos ni falsas prudencias. “¿Quién es ese Rey de la gloria? Es el Señor en persona.¡Portones!, alzad los dinteles, que se alcen las antiguas compuertas: va a entrar el Rey de la gloria.” Dejémosle entrar, pero no por la puerta falsa, de tapadillo y medio a escondidas. Dejemos entrar al Señor en toda nuestra vida, dejándonos llevar por esa locura divina del que ama y se sabe amado por Dios.
“Éstos son mi madre y mis hermanos. El que cumple la voluntad de Dios, ése es mi hermano y mi hermana y mi madre.” ¿No es para emocionarse? Si alguien lee el Evangelio de hoy como si leyese el periódico y, al terminar, piensa: “Bueno, ya lo he leído, a otra cosa,” es que le falta algo en el corazón. Dios mismo nos hace su hermano, su hermana, su madre. Si permanecemos indiferentes ante esto es que ese dios en que creemos no es el Dios de los cristianos, ese otro dios es un dios canijo, enano, más pequeño que nuestro orgullo y, sobre todo, que no sabe amar. Pero Dios no es así, Dios nunca dice “ya he cumplido” y nos deja de lado. Se sobrepasa en el amor y nos da mucho más de lo que podemos esperar y, por supuesto, de lo que merecemos.
Espero que no salgas sólo con un roquete de lino a la calle, seguramente te detengan, pero si puedes hacer alguna locura de amor, dejando de ser tan calculador, tan precavido y le digas un sí a lo que Dios te pida que sea como el sí de María, sin reservas, sin componendas, sin miedos.
Estamos en buenas manos, no tengas miedo a lo que puedan decir de ti, pero confía en que Dios diga bien de ti.