san Pablo a Timoteo 1,1-8; Sal 95, 1 2a. 2b 3. 7 Sa. 10 ; san Marcos 4, 21-25

Mi parroquia (y por tanto mi casa), está como en una hondonada, rodeada de edificios y, por consiguiente, invadida de todo tipo de ondas hertzianas. Como descubra que por eso me quedo calvo se van a enterar. Lo cierto es que los aparatos eléctricos tienen vida propia. El teléfono móvil se queda bloqueado, la red Wifi hace lo que quiere y la televisión se ve entre nieblas y brumas. He probado la televisión digital terrestre, pero dependiendo el canal que quiera ver tengo que poner la antena en una posición concreta en cada lugar de la habitación. Para lo que hay que ver en televisión no compensa tanto movimiento de antena. Cuando consigo que se vea algo se suele ver muy bien, pero habitualmente te dice: “falta señal,” y entonces es el momento de agarrar un libro y ponerse a leer. Y es que cuando falta señal no es que se vea mal, es que no se ve.
“Por esta razón te recuerdo que reavives el don de Dios, que recibiste cuando te impuse las manos; porque Dios no nos ha dado un espíritu cobarde, sino un espíritu de energía, amor y buen juicio.” A veces parece que entre los cristianos hemos “perdido la señal.” No transmitimos a Cristo, damos una señal en negro. Para esto sí vale la pena el “mover la antena” y recibir una señal fuerte que muestre a Cristo. Si cada cristiano hiciéramos algo por reavivar el don de Dios, otro gallo nos cantaría, no sería el gallo que anunciaba las negaciones de Pedro. No tenemos un espíritu cobarde, no vivamos como tales, asustados por las insidias del mundo y la presencia del pecado. No será fácil, los “trabajos del Evangelio” son duros, pero recibimos la “fuerza de Dios” para realizarlos. Da lástima ver a tanto cristiano, también yo así me descubro muchas veces, acurrucado en un rincón, queriendo ocultar la fe que ha recibido de Dios, transmitida por sus padres y abuelos. Nos comportamos a veces como si fuésemos portadores de malas nuevas, pero lo nuestro es “contar a los pueblos su gloria, sus maravillas a todas las naciones.”
“La medida que uséis la usarán con vosotros, y con creces.” No podemos tener una medida cortita, enana, capitidisminuida. En este caso no me refiero a los juicios, me refiero a la medida del amor que ponemos en anunciar a Cristo, la “largueza” de nuestra entrega, la fuerza de la luz que brilla en nuestro candil.
Si cuando alguien que no cree en Cristo se encuentra con nosotros y lo que ve es una “pantalla en negro,” le resulta indiferente nuestra presencia y no percibe que “el amor de Cristo nos urge,” entonces es momento de reavivar nuestra fe. ¿No será que tu oración ha disminuido o se ha vuelto rutinaria? ¿Tal vez la Misa sea más un cumplimiento que un identificarnos con Cristo? ¿A lo mejor te has olvidado de la caridad y te has centrado en ti mismo? Todo tiene solución. “No te avergüences de dar testimonio de nuestro Señor,” pon en Él tus afanes y preocupaciones y verás como la llama de tu fe, que parecía a veces que se apagaba poco a poco, vuelve a reanimarse bajo el soplo del Espíritu Santo.
Espero la encíclica del Papa, seguro que con sus palabras vuelve a crecer en nosotros el amor a Dios y a los hombres. María, nuestra Madre la Virgen, es una mujer valiente, pídele que el trato frecuente con ella avive en nosotros la fuerza de la fe.