Santiago 2, 1-9; Sal 33, 2 -3. 4-5. 6-7 ; san Marcos 8, 27-33

En este último mes varios buenos amigos sacerdotes han ido a Tierra Santa. Y han venido encantados. La situación política es complicada en aquellos lugares, no parece que sea el momento ideal para disfrutar plenamente y con tranquilidad, es cierto, pero ¿cuándo lo ha sido? La verdad es que, a pesar de todo, siempre que alguien va por allí y te lo comenta (al menos a mí me pasa) hay como un sentimiento de “envidia sana”, por la alegría de ir a la Tierra de Jesús. Es verdad que muchas cosas son tan distintas… pero hay tantas cosas que son tan iguales… El que es igual es Dios, los que son iguales son los hombres. Y Dios entre los hombres es siempre el mismo, aunque siempre tenga matices nuevos.
Esto venía a cuento de que no me extraña nada que Dios me pregunte a mí, a día de hoy, lo mismo que les preguntó a aquellos hombres: “¿Quién dice la gente que soy yo?”. Parado en el camino, interroga a los suyos. A Dios le interesa el hombre, y le interesa también lo que piense de Dios.
Es como si el Hijo de Dios hiciera una pequeña encuesta. Jesús es un líder, no podemos dudarlo, es alguien apreciado, querido, seguido. Y parece que, como todos los líderes que en el mundo han sido, inicia una encuesta. A ver qué piensan de mí, decídmelo. Los apóstoles, que no le presentarían tablas comparativas, o estadísticas, le responden con sencillez: pues mira, hay de todo. La gente opina de todo sobre todas las cosas, y opina de todo sobre las personas. Por eso la gente, en términos generales, suele equivocarse de medio a medio. Así que el Señor da un paso más, y singulariza: “Y vosotros ¿quién decís que soy yo?”. Lo que le interesa a Jesús es lo que tú y yo pensemos de Él, porque lo que le interesa somos cada uno. El Señor no va a charlar con la señora del mercado o a acariciar al niño que le presentan para luego lavarse las manos, como hacen los que buscan provecho. El busca a las personas.
Le interesan las personas concretas no como a los líderes, para ver cómo pueden tener más éxito, o más poder, le interesa porque quiere marcar el alma de cada uno con su “garra”. Los líderes lo que hacen, en todo caso, es un sondeo de opinión para ver lo que tienen que decir sin que chirríe el discurso, para conseguir más votos y hacer, no lo que quieren los encuestados, sino sus propios intereses. El Señor, lo que está haciendo es interesarse por la persona para mostrarle a las claras Su Persona y, a partir de ahí, entregarse a ella.
Mira lo que le dice Pedro: “Tú eres el Mesías”. Le está diciendo que es el que durante siglos estaba esperando el pueblo de Israel, el que soñaron Abraham, Moisés, David, los profetas… Y Jesús no lo desmiente, porque era realmente así, pero enseguida sugiere que bien, pero que eso ahora no hay que proclamarlo a los cuatro vientos. Prudencia y silencio. ¿Te imaginas a cualquier líder frenando a su jefe de prensa para que no dé noticias acerca de él? Es más, el Señor, le dice las cosas de tal manera que se pueden quedar un poco sobrecogidos: “y además lo que esto trae consigo, lo que os propongo, pasa por el sufrimiento, por la propia condena”. La entrega hasta el final, hasta la muerte. ¡Qué curioso, los líderes prometen la gran vida y el Señor promete casi casi lo contrario! ¿Qué es esto? ¿La gran estafa? Más bien es la gran prueba: el Señor cuenta con nosotros, nos pregunta “personalmente” para que respondamos y pone las cartas sobre la mesa. ¿Qué le vamos a responder? Ojalá que le digamos que sí, como María.