Génesis 22, 1-2. 9-13. 15-18; Sal 115, 10 y 15. 16-17. 18-19; san Pablo a los Romanos 8, 31b-34; san Marcos 9, 2-10

Si ayer se caía una estantería, ahora se cae la red. Esto de los sistemas inalámbricos quita muchos cables, y mucho tiempo. Estos fallos de red no suelen ocurrir cuando tienes un par de horas por delante para trastear en el ordenador, ocurren habitualmente cuando tienes que mandar este comentario con urgencia, cuando te solicitan un dato con prisas o cuando has dejado para más tarde el enviar un correo. Entonces, a buscar claves, configuraciones y demás zarandajas. Al final se consigue, aunque no sé por qué me conecto a la estación base más lejana y, la que está a menos de un metro no la reconoce. Soy capaz de verla con mis ojos, pero para mi ordenador no existe.
“En aquel tiempo, Jesús se llevó a Pedro, a Santiago y a Juan, subió con ellos solos a una montaña alta, y se transfiguró delante de ellos. Sus vestidos se volvieron de un blanco deslumbrador, como no puede dejarlos ningún batanero del mundo.” ¿Por qué sólo delante de esos tres apóstoles? Podía haberlo hecho ante los doce, y tal vez Judas no hubiera flaqueado, o ante una multitud, o ante el Sumo Sacerdote, para dejar bien claro quién era quién. A veces, cuando la oración es más “árida” uno mira al Sagrario y le pide al Señor algún signo de su presencia, algún pequeño consuelo, pero nada. Y es que el Padre desde la nube no dice: “Este es mi Hijo amado; contempladlo,” sino “Este es mi Hijo amado; escuchadlo.” Aprender a escuchar a Dios es cada día más necesario. Si no escuchamos a Dios podremos dejarnos deslumbrar por cualquier cosa, hasta con tintes espirituales, pero no haremos lo que Dios quiere ni llegaremos nunca a relacionarnos con Él.
Leía el otro día en “Las Moradas” de Santa Teresa de Jesús, lo que le ocurría a aquellas que creían tener arrobamientos místicos y visiones espirituales y, lo que les faltaba era un buen plato de lentejas con chorizo. Dice Santa Teresa que más que arrobamientos tienen “abovamientos” “que no es otra cosa que estar perdiendo tiempo allí y gastando su salud.” Si Abrahán no hubiera sabido escuchar a Dios tal vez no hubiera subido al monte a sacrificar a su hijo, o tal vez no hubiera detenido su mano antes de clavarle el cuchillo. Y es que cuando esperamos que Dios haga cosas, espectaculares o no, normalmente nos quedamos en eso, en esperar. Aunque pasemos horas como espectadores bobos frente al Sagrario. Sin embargo cuando aprendemos a escuchar a Dios la oración deja de ser una espera para ser un diálogo que aplicamos a nuestra vida, para bajar del monte y poner en práctica nuestra vida de hijos de Dios.
El que se pasa la vida esperando que Dios haga algo suele culparle a Él de su propia desidia. No se da cuenta de todo lo que Dios ha hecho y sigue haciendo por la humanidad entera: “El que no perdonó a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos dará todo con él?.” Tiene a Dios muy cerca, tan cerca como mi ordenador la conexión wi-fi, pero es incapaz de conectarse con Él. Y cuando entran las prisas, cuando nos encontramos ante la tentación, o ante la enfermedad o la muerte, resulta que es incapaz de encontrar a Dios. Tantas horas sentado frente al Sagrario perdidas, pues en el fondo sólo se escuchaba a sí mismo y no ha Dios.
Esta cuaresma tenemos que dedicar tiempo a la oración. A escuchar verdaderamente a Dios. Y escuchar a Dios no es hacer profundas reflexiones, es poner en práctica lo que Él nos pida. Como hizo Abrahán, como hizo Jesús, como hizo Dios Padre. La transfiguración nos indica que estamos en la buena “conexión” con Dios, pero no nos convierte en espectadores pasivos de la Redención, sino en actores activos de la transformación del mundo, según nos indique el Espíritu Santo en la Iglesia.
La Virgen no subió al monte con los discípulos, pero seguro que los que los demás contemplaban como “cosas normales” ella lo miraba como una maravillosa manifestación del amor de Dios, pues sabía escuchar. Aprendamos de ella.